Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Nelson Algren: un mundo duro

Se cumple un siglo del nacimiento del autor de «El hombre del brazo de oro»

El prestigio de Nelson Algren como narrador ha disminuido de manera considerable en los últimos años y ahora que se cumple el siglo de su nacimiento (en Detroit, en 1909, aunque literariamente está vinculado a Chicago) no parece que la situación vaya a modificarse. Algren pertenece a la generación de escritores que se dieron a conocer después de la II Guerra Mundial, como Norman Mailer, J. D. Salinger y Saul Bellow, y cuyas primeras novelas constituyeron éxitos inmediatos. El gran éxito de Algren fue «El hombre del brazo de oro», en 1949, aunque anteriormente ya había publicado dos libros, en 1935 y 1942, pero la novela en la que cuenta la historia de Frankie Machine constituyó su lanzamiento mundial. No se trata de la narración de una caída, sino de la historia de alguien que se encuentra en un lugar del que no se puede salir. Dante hubiera dicho que se trata del infierno de haber podido concebir el infierno moderno, rodeado no de una selva oscura, sino de una selva lívidamente iluminada: la selva de neón, que es como Algren titula su recopilación de cuentos más conocida. Este mundo terrible, presentado con extraña calma, procede de la novela rusa tanto como de la propia tradición norteamericana, abierta a los grandes espacios, a pesar de los aspectos oscuros de Poe, Hawthorne y Melville; pero no tanto de los ex hombres de Gorki como del «hombre del sótano» de Dostoievski. «El espanto que produce el Skid Row donde Algren sitúa su acción es total, pero se le explota como una mercancía; es un mal que los hombres han hecho, pero que nadie puede entender ni dominar. Los policías se hallan de acuerdo con los criminales y delincuentes menores, y el asesinato se convierte no en un acto que implica una decisión y una responsabilidad moral, sino en un accesorio más de la novela», escribe Frederick J. Hoffmann. Ese mundo «negro» está alejado de la «novela negra» tal como la definían Dashiell Hammett y Raymond Chadler, que procedían en buena parte de Hemingway; Algren también procede de Hemingway, aunque por otras vías. A propósito de Algren se mencionan a Farrell, Dos Passos y el Steinbeck de los años treinta. Aunque no incurriremos en la ingenuidad de considerar a Algren como un autor de literatura de intenciones sociales, como podría serlo Farrell. Su mundo es lo suficientemente complejo como para detenerse sólo en aspectos reivindicativos.

¿Reivindica algo Algren? o, planteada la pregunta de otro modo: ¿puede reivindicar algo la novela? Que en las novelas de Algren haya bajos fondos, prostitución, droga, alcoholismo y violencia no implica que pretenda solucionar estos problemas, ni siquiera que se los plantee como problemas: sencillamente, están ahí. Esto es lo que le da vigencia a su narrativa, en tanto que su fama se cimentaba sobre aspectos de carácter más circunstancial. En los años cincuenta, Algren era famoso gracias a las grandes tiradas de sus libros en ediciones populares, a su aspecto brusco e individualista (menos forzado que el de Norman Mailer), a un casi inconcebible romance con Simone de Beauvoir (había que ser valeroso, pensaba yo entonces, para entrar en el terreno de una feminista teórica y «coronar» a un individuo tan republicano como Jean Paul Sartre) y a las versiones cinematográficas de sus novelas: «El hombre del brazo de oro», de Otto Preminger, con Frank Sinatra, y «La gata negra», de Edward Dmytryk, con un reparto estelar encabezado por Jane Fonda y Capucine (de quien se decía que era un hombre disfrazado de mujer). Los libros de Algren aparecidos en español en ediciones populares y baratas obtuvieron éxitos importantes, sobre todo «La gata negra», porque se desarrollaba en un prostíbulo. Entonces los obsesos sexuales se las arreglaban por su cuenta, sin necesidad de ayudas ministeriales ni de las obsesiones de la ministra de Igualdad. También influía en la fama de Algren que los novelistas norteamericanos respondían a caracterizaciones muy definidas, que algunos como el novelista polaco Jerzy Andrzejewski, tomando el rábano por las hojas, interpretaban como caricaturas; y así, Hemingway era el hombre de acción, aventurero, cazador y borracho; Faulkner, el caballero del Sur que vive rememorando un pasado abolido; Steinbeck, según la visión tópica de Sartre, el hombre que pasaba medio año escribiendo y el otro medio en los bares y las carreteras, y Algren el hombre de los bajos fondos, que vivía al oeste de Chicago, en el barrio polaco, de espaldas a los rascacielos y a los supermercados. Como otros muchos de su generación, tuvo problemas con el tribunal de senador McCarthy y, como él mismo decía, no vivía en los Estados Unidos, sino en un territorio ocupado por los norteamericanos.

Hoy día las formas de rebeldía son de otro tipo, más sofisticado, por lo que es explicable que los libros de Algren parezcan antiguos a una mentalidad moderna. En los años treinta y cuarenta, prestigiosos intelectuales europeos como Malraux, Sartre y Gide descubrieron la novela norteamericana que se escribía entonces. Hoy, al menos en España, sólo ha quedado de aquel éxito un tipo muy manoseado ya de novela policiaca.

La Nueva España · 18 febrero 2010