Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Ángel González y Joaquín Pixán

Lo extraordinario de Ángel González es que con escasísimos materiales alcanzó a ser poeta lírico

La poesía de Ángel González es intimista. Es la expresión de un poeta que contempla el «áspero mundo», del que procura defenderse por la vía de la ironía que a veces deriva en el sarcasmo, y contra el que se parapeta con elementos frágiles, pero efectivos: la melancolía, la tristeza, la displicencia, la «palabra sobre palabra» que repite tenazmente su desolación «sin esperanza, pero con convencimiento» y, más adelante, «con convencimiento, pero sin esperanza». Tan sólo en una época de confusión pudo considerarse la poesía de Ángel González como «poesía social», al menos en el sentido que lo fueron las de Blas de Otero y Gabriel Celaya. Pero, en cambio, es «poesía histórica» en la que da testimonio de un mundo sentimentalmente arrasado. Frente al «mundo bien hecho» de Guillén, el mundo de Ángel González es tan gris y «áspero» que no merece la pena reaccionar: tan sólo en ocasiones de menos convencimiento y más esperanza procura que le afecte más de la cuenta:

«No, la lluvia no te moja:
te resbala».

En otros versos, su palabra monótona, despojada de adornos, sin brillo, sonido ni color, «en la que nada brilla», cambia de tono como si se rebelara:

«Quisiera,
a veces,
que borrase el tiempo
los nombres y los hechos de esta historia».

Lo extraordinario de Ángel González es que con escasísimos materiales, con verso prosaico o con simple prosa dispuesta tipográficamente como si fuera verso, alcanzó a ser poeta lírico. El verso lírico, que es el gran verso y la gran poesía, es el que se canta, y el poeta tuvo la fortuna de encontrar el cantor: Joaquín Pixán. Lleva tiempo Pixán cantando a Ángel González. Ahora ha encontrado el vehículo más adecuado: tres breves poemas inéditos de inspiración tradicional, «Al alba», «La liga verde» y «Las naranjas y el mar». Las naranjas, el mar y el verde de la liga otorgan notas de color a una poesía incolora, y la voz del cantor lanza a los vientos esta poesía del silencio, que por una vez es juguetona y transparente. La magia de los temas tradicionales saca de su ensimismamiento al poeta opaco, y Pixán, nuestra mejor voz cultural, obtiene el mejor partido de este inesperado tesoro. Las cinco versiones musicales para tres poemas inéditos son una breve y preciada joya. Percibimos en el verso de Ángel y en el canto de Pixán el rocío de la mañana, el rumor del mar y el color del campo: colores, sonidos, tactos, lo que el poeta, pudorosa o amargamente, evitaba. Por una vez, con una voz clara que es resultado de muchas voces, el poeta canta para que le canten, y, aunque es sabido que la mar no tiene naranjas, el poeta se obstina contra la evidencia y afirma: «Tiene naranjas la mar».

La Nueva España · 24 de junio de 2010