Ignacio Gracia Noriega
Kurosawa y Shakespeare
El director japonés supo ver la magia de la obra del autor británico
Los tres grandes cineastas japoneses son Mizoguchi, Ozu y Kurosawa. Mizoguchi es el mayor, a la altura de Ford, Rosellini, Renoir o Dreyer. Sin embargo, Kurosawa es el más conocido en Occidente, por lo que en Japón se le considera un occidentalizado. Al lado del majestuoso universo lírico de Mizoguchi y de la rigurosa crónica cotidiana de Ozu, el cine de Kurosawa fluctúa entre dos orillas: su escenografía es japonesa pero su espíritu es cosmopolita. Adaptó al cine novelas de Dostoiewski y Gorki, hizo una película sobre Van Gogh, y uno de sus últimos grandes filmes, «Dersu Uzala», está filmado en Siberia. Dirigió, aunque abandonó el proyecto, parte de la superproducción de la Fox «Tora, Tora, Tora» con Richard Fleischer, y sus últimas películas fueron financiadas con capital americano o ruso. Kurosawa comprendió que reducirse a las tradiciones japonesas era condenarse a hacer cine para los japoneses. Aunque nunca prescindió de esas tradiciones, y algunos de sus mayores éxitos fueron películas de época como «Rashomon», «Los siete samuráis», «Yojimbo», «Barbarroja», «Trono de sangre», «Kagemusha», «Ran». En realidad, las historias de época constituyen una tentación para los japoneses. Incluso un novelista tan urbano como Junichiro Tanizaki escribió un excelente relato de castillos, batallas, samuráis y tradiciones titulado «Un cuento de ciego». Kurosawa se sentía tan a gusto en las historias de samuráis como John Ford en el Oeste. De hecho, algunos de sus mayores éxitos fueron adaptados al cine americano en formato de western: «Los siete samuráis» dio lugar a «Los siete magníficos», de Sturges, y «Rashomon», a «Cuatro confesiones», de Ritt. No obstante, si comparamos un filme de época de Kurosawa con «Cuentos de la luna pálida de agosto», de Mizoguchi, o «La puerta del infierno», de Kinugasa, observaremos que el ritmo es diferente. Kurosawa va más rápido.
Akira Kurosawa entró en Occidente con buen pie. Estudió arte antes de dedicarse al cine. Su primera película es de 1943; «Rashomon» (1951) fue su primer gran éxito internacional. Se le considera entre los grandes adaptadores de Shakespeare, con Orson Welles y J. L. Mankiewicz. Shakespeare fue un dramaturgo ritual y Kurosawa lo dirigió ritualmente. Los personajes shakespearianos le resultaban familiares: Macbeth es un señor de la guerra; Lear, un rey destronado. ¿Qué tradición no cuenta con un rey destronado? Las versiones de «Macbeth» y «El rey Lear», tituladas «Trono de sangre» y «Ran», son esplendorosas. Las imágenes entran por los ojos (la flechas abatiendo al samurái que es Macbeth, la batalla de «Ran» al borde de un bosquecillo), mientras las palabras de Shakespeare se despeñan por los oídos como piedras preciosas. El tono de ambas películas es solemne y grandioso, violento y exquisito. Todo eso está en Shakespeare, más el aire ritual del kabuki, la contribución japonesa. En «Macbeth» hay magia, y Kurosawa supo verla a través de un blanco y negro duro y nebuloso, tan buen vehículo shakespeariano como el colorido épico y melancólico de «Ran».
La Nueva España · 29 julio 2010