Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

O. Henry, entre primavera y Navidad

Lo primero que se deduce de sus cuentos es que en la vida hay claroscuros

William Sidney Porter (1862-1910), más conocido por O. Henry, fue uno de los últimos escritores amables, con el inevitable poso de amargura. Lo primero que se deduce de sus cuentos es que en la vida hay claroscuros y su sabor es agridulce, mas, qué demonios, el mes de mayo siempre es alegre y cualquier momento es bueno para que la señorita Coulson se fugue con el repartidor de hielo. O. Henry (u O'Henry, como también se escribe su seudónimo) observaba la vida con benevolencia y humor, desde una posición discreta y privilegiada: «desde el pescante del cochero» (así se titula uno de sus cuentos). Nadie repara en el cochero, pero el cochero recorre las calles por encima de los transeúntes: lo ve todo. Y para O. Henry, la vida es gente caminando por una calle concurrida. La mirada del cochero se detiene en algún transeúnte: no porque sea más alto, más guapa y feo o de aspecto más petulante o poderoso. De cualquier persona se puede sacar un cuento. Si la persona es verdaderamente excepcional, puede dar asunto para una novela, pero O. Henry no lo intentó. Su terreno, que dominaba a las mil maravillas, es la narración breve, la «short story», el relato de pocas páginas y acción condensada, que exige un cuidado extremo en la elección de palabras y de momentos significativos y al que añadió un elemento imprescindible: el final sorprendente. Los mejores cuentos de O. Henry conducen a finales desolados, ingeniosos, humorísticos o poéticos, como el emocionante «El regalo de los Reyes Magos». En «La última hoja» el final es trágico; alguien muere, pero la vida sigue y se ha dado una vida por otra al tiempo que la vida que se pierde se gana, -porque se consuma realizando una portentosa obra de arte: consiguiendo, ni más ni menos, que el arte parezca naturaleza, que la hoja pintada resulte real-. Como humorista era desenfadado y genial: no hay un solo cuento en todas las literaturas que explique tan bien el «tiro por la culata» como «El rescate del Jefe Rojo». Sus cuentos fueron inagotablemente adaptados al cine en películas de «sketches» de la Fox, interpretadas por las grandes estrellas de los años cuarenta y cincuenta más Charles Laughton, dirigidas por Henry King, Henry Koster y Henry Hathaway (no sé si por casualidad o por homenaje a O. Henry; y entre las estrellas, naturalmente, figuraban Henry Fonda y Henry Hull).

O. Henry es uno de los mayores autores de cuentos, al lado de Guy de Maupassant y Anton Chéjov. Dio soltura y prestigio a la literatura norteamericana casi tanto como Mark Twain, cuyos cuentos eran inferiores porque tendían al artículo. O'Henry también hubiera podido escribir la historia del vicerrector piadoso y botánico que protege a un canalla alcohólico para que teste en beneficio de sus hijas, pero no lo hizo. Con él alcanza la madurez el cuento corto. De él procede Ring Lardner, mientras que Hemingway viene de Stephen Crane y Faulkner, de Mark Twain. En cambio, Poe tuvo sus discípulos en Europa.

La Nueva España · 5 agosto 2010