Ignacio Gracia Noriega
Las aventuras de Fernão Mendes Pinto
Las tribulaciones de un intrépido aventurero portugués en los mares de Oriente
Los mares de Oriente no parecen ser propicios para los nacidos en la península Ibérica: en ellos pasó parte de sus infortunios Alonso Ramírez, muy bien relatados por don Carlos de Sigüenza, aunque no fueron tantos ni tan variados como los del portugués Fernão Mendes Pinto, quien los pormenoriza en su libro, de título extenso, abreviado en «Las peregrinaciones». Hasta la expulsaron de la Compañía de Jesús, este portugués, intrépido y aventurero, aunque en ocasiones a su pesar, no entra en el mundo con buen pie. Ya en el primer capítulo un corsario francés captura la carabela en la que había embarcado, abandonando a los tripulantes en una isla desierta, tras haber tenido la primera intención de conducirlos a Larache para venderlos como esclavos al moro. En el capítulo V le hace prisionero el turco, también en el mar, padeciendo grandes humillaciones: «Y cuando de otra manera no podía ofendernos, nos arrojaban desde las ventanas y balcones jarros de orines y vasos de suciedades, en vituperio y desprecio del nombre cristiano, que como su santo les predicaba que ganaban perdones, ninguno quería dejar de merecer en penitencias, que tan poco les costaban, gastando un día en estas estaciones».
Mendes Pinto nació el año 1510 en la villa de Montemayor, «adonde después que en la estrechez y miseria de la casa de mi padre llegué a la edad de diez o doce años, un tío mío, deseoso de buscarme mejor fortuna, me llevó a servir a una señora de Lisboa de generación ilustre y parientes nobles». Así empiezan sus trabajos, el año 1521. Contrariamente a la peripecia, más bien desdichada, de su autor, no podía comenzar mejor el libro, porque acto seguido pasa a describir con plasticidad y elocuencia los funerales por el serenísimo rey don Manuel, en los que contempla por última vez el viejo duelo de «quebrar escudos», que recordará con viveza al final de sus días. En «Las peregrinaciones» la memoria es el elemento principal. Es un libro «escrito de memoria», en el que el autor, retirado de aquellos afanes, recuerda sus andanzas por China, Tartaria, Siam, Calamiñán, Pegú y Matabán. Su poder de fabulación es grande: ofrece pagados, batallas, navegaciones, extraños reinos, naufragios, el padre Francisco Javier camino de China y al obispo Abisinio del reino de Preste Juan que se proponía ir a Santiago de Galicia a través de Portugal, de allí a Roma, y, embarcado en Venecio, a Jerusalén: de este modo habría visitado los tres santuarios de la cristiandad, cosa que no le permitía hacer el turco partiendo por Oriente.
«Las peregrinaciones», que en la advertencia de la primera edición portuguesa, de 1614, es calificado de «breve libro» (no es del todo exacto: consta de más de novecientas páginas), es una requisitoria dirigida a Felipe II, rey de Portugal, con el nombre de Felipe I, por medio de la que su autor se propone obtener una pensión por el mérito de sus padecimientos. Refiriendo que «un generoso príncipe» de Goa envió a la familia de un difunto la que le había servido la espléndida cantidad de trescientas oqueas de oro, Mendes Pinto acota, para que se interprete como se quiera, porque a buen entendedor no hacen falta demasiadas palabras: «Gasto real y magnífico que yo he contado para engrandecer la riqueza de este caballero y que aprendan a serlo con este ejemplo los que se tienen por príncipes». Y en el capítulo final se expresa con mayor claridad aún: «Muerte es la dilación del premio justificado pues no hay vida que sufra trabajos sin galardón, ni desgracia sin ventura».
La Nueva España · 7 octubre 2010