Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Vigencia de la delación

Duro alegato contra los ciudadanos que han cursado mil denuncias contra tabaquistas

Probablemente no haya nada más bajo dentro de la especie humana que el delator, nada más imperdonable ni miserable, y tan sólo existe en un tipo de regímenes políticos que se fundamentan en la delación y, en consecuencia, la fomentan, la protegen y, ocasionalmente, la premian, aunque ningún régimen, ni siquiera el más deleznable y odioso, conceda medallas a los delatores. A éstos se les darán recompensas de otro tipo, siempre mezquinas, pero nunca se les reconocerá oficialmente, ni mucho menos se admitía -al menos hasta ahora- que se constituyeran en un organismo burocrático orgullosamente al servicio del Ministerio de Sanidad y de los aparatos represivos del Estado, como es el caso de esa asociación de sombríos políticamente correctos que han cursado más de mil denuncias contra delincuentes tabaquistas. El Ministerio de Sanidad, que en rigor debiera denominarse Ministerio de la Muerte, ya que su misión parece ser facilitar abortos y preparar la eutanasia, en su celo policial contra los fumadores, en realidad más se parece al Comité de Salud Pública que ponía a funcionar las guillotinas durante la Revolución Francesa. Y la Policía, que suele tomarse con burocrática tranquilidad las denuncias sobre delitos de poca monta como robos, agresiones, etcétera, acude presurosa si por llamada anónima o identificada a alguien se le ocurre denunciar a un fumador o un moro denuncia que un profesor infiel hizo el elogio del jalufo. Un bar de Mieres y otro de Colloto han sido las primeras víctimas del abominable «impulso delator» que puso en marcha la ministra Pajín, enfrentándose ambos a multas de hasta 600 euros: una cuantía desproporcionada y brutal, en un país en el que los verdaderos delincuentes, salvo un par de chivos expiatorios de todos conocidos, se van de rositas. Seis años de ingeniería social han vuelto a este país inhabitable: un país enfrentado, dividido, arruinado y triste, y si Dios y las urnas no lo remedian, camino de convertirse en una dictadura policial en la que algunos son obligados a trabajar militarizados y los fumadores se arriesgan a ser víctimas de delaciones anónimas. Los precedentes de la España de Z. son la Alemania de Hitler y la URSS de Stalin: dos regímenes basados, asimismo, en la ingeniería social progresista.

La condena moral y política de la delación fue uno de los principios inamovibles de la izquierda forjada en la resistencia antinazi y en la lucha contra el franquismo. No imagino a Pajín tan ilustrada como para suponerla lectora de Sartre, Camus o Brecht. Por otra parte, el PSOE, poco curtido en la clandestinidad, consideraba ya hace tiempo la delación y a los delatores con mayor tranquilidad que los comunistas, según se evidencia en «Clandestinos», de Gómez Fouz, que acaba de reeditarse. Más allá de la política y de la ingeniería social, la delación socava la confianza: como escribió Brecht, los delatores «cavaron la fosa de su vecino / y saben que lo sabemos». ¿Por qué añadir la desconfianza al enfrentamiento? ¿Para destruir lo poco que queda? Yo sugiero la relectura de «Terror y miseria del Tercer Reich». Tal vez no hayamos llegado al terror, pero ya estamos en la miseria... económica y moral.

La Nueva España · 13 de enero de 2011