Ignacio Gracia Noriega
Las comidas de Jovellanos
La atención del ilustrado asturiano en sus «Diarios» a la limpieza, el alimento y el trato en las posadas
Jovellanos, de manera especial en sus «Diarios», abarca los aspectos más variados de su tierra asturiana. Inevitablemente había de fijarse en qué se comía y qué se dejaba de comer, en la calidad de los manjares y en el mal trato y poca limpieza de las posadas. En este aspecto se acoge a la tradición de la literatura española clásica que podríamos denominar de «la denostación de las posadas y posaderos», a la que contribuyeron Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Tirso de Molina y prácticamente todos los autores de novelas picarescas y comedias costumbristas. No sólo eran malas las posadas por la falta de limpieza y comodidades, por el poco cuidado y escasez de las viandas, por la falta de consideración: los posaderos eran unos ladrones, aguaban el vino. Y tal situación se prolonga hasta la época de Jovellanos, quien, cuando dictamina «¡perversa posada!», hemos de interpretar que el alojamiento era perverso, en efecto, y que al increparla, no se dejaba llevar por un tópico literario. Las posadas de su época eran malísimas, y a una que encuentra en condiciones decentes le augura un buen porvenir comercial.
Jovellanos coincide con Townsend en señalar la escasez que había en la Asturias de su tiempo (recordemos la anotación de Feijoo sobre la dieta de los labriegos, hecha pocos años antes). Por ejemplo, dice de una villa de la costa oriental: «Lugar desproveído; sólo hallamos huevos; ni carne, ni leche, ni pescado, ni confitería, ni aun barbero; hay uno que estaba en la aldea». En Llanes se aloja en «posada particular, mala, pésima, pulgas, humo». Por lo que lo aconsejable es «comer en las casas de los amigos o llevar la comida de la casa propia». «Ruín posada -anota el 28 de marzo de 1801- y no limpia; ninguna comodidad para hacer noche y poca para comer. Buen pan, agua del pozo y turbia, pero de lo nuestro comimos bien».
Las comidas eran copiosas, en relación con la que se come ahora, que es muy poco, por prevenciones dietéticas y salutíferas: todavía en la época de Jovellanos se consideraba que lo insano era no comer. En Busdongo «hay olla, magras, truchas, huevos, leche, manteca y queso fresco, dulce y buenas ganas». En otros lugares, las cosas podían estar mejor: «la venta de Espinedo, buena, construida por el monasterio, pero sucia y descuidada por sus llevadores». A otro mesón lo califica de «infelicísimo». Pero también sabe señalar cuándo las cosas van bien: «buena comida; buena siesta».
Cuando la comida es buena y la compañía grata, Jovellanos lo anota con legítimo placer: «Buena, abundante y bien sazonada comida, con agradable conversación»; «cena: regaladas truchas y leche». Su frecuente paso junto a ríos de montaña le convierte en un experto truchero: siempre que come truchas lo señala. También distingue y señala la cambiante calidad de las aguas; algunos arroyos dan buenos cangrejos. Y le suponemos próximo a la felicidad cuando anota buena cena, buena conversación y buena cama.
La Nueva España · 7 julio 2011