Ignacio Gracia Noriega
Virgilio y el otoño
El paso del tiempo es quizás el tema más universal de la poesía, y las estaciones son metáforas de la vida humana
El movimiento de las estaciones se manifiesta antes en la poesía que en la pintura, a pesar del poderoso cromatismo de algunas, como el otoño. Se debe a que el paso del tiempo es uno de los grandes temas de la poesía, tal vez el más universal, y las estaciones son metáforas de la vida humana, en tanto que la pintura es arte estático. Los fondos de Claudio de Lorena ya están tocados por el otoño; también los del Bosco: los árboles de hojas amarillas de «San Juan Bautista en meditación», un árbol al otro lado del camino del «Tríptico de la Epifanía», la atmósfera de algunos detalles de «El jardín de las delicias», y naturalmente en Brueghel, que es el gran pintor del invierno: pero en la «Parábola de los cielos» se respira frío (frío medieval), mas la hoja no ha caído todavía, y en «El regreso de la manada» quedan hojas apagadas y rojizas en algunos árboles. En cambio, en la poesía, ya tenemos en Virgilio el otoño pleno. En rigor, ya lo tenemos en Simónides, que se refiere al invierno como «la santa estación oculta del viento», a la oscura golondrina como «sonoro heraldo de la primavera» y al vino nuevo y al «soplo de viento que impidiera que su voz, de un dulzor de miel, se difundiera hasta adentrarse en los oídos de los hombres». ¿Habrá algo más otoñal que el viento y la miel? Alcman proclama que hay cuatro estaciones, el verano y el invierno, el otoño y la primavera, «cuando todo está en flor». Los líricos griegos se finan sobre todo en la primera, pero muchos frutos que citan son de otoño.
Virgilio, antes que ningún otro, es poeta del día y de las estaciones: «La Eneida» es poema de amanecer, pero también de crepúsculo: empieza cuando muere el día de Troya y termina con la fundación de una ciudad, pero no con palabras luminosas: «y con hosco gemir huye la vida/ perdiéndose indignada entre las sombras», leemos en la traducción de Aurelio Espinosa Pólit, que publica Cátedra en edición de las «Obras completas» digna del poeta, y a las que se añade, además de las crónicas «Bucólicas», «Geórgicas» y «Eneida», un «Apéndice virgiliano» que contiene poesías diversas, un mapa del itinerario de Eneas, la vida de Virgilio por Suetonio y las robustas ilustraciones de «La Eneida» por Brand, de comienzos del siglo XVI.
Las «Églogas» poseen una frescura primaveral, en tanto las «Geórgicas», égloga y poema didáctico, es el gran poema de la agricultura y de la ganadería, y, por tanto, el gran poema sobre las estaciones. El primer libro trata de las mieses, el segundo de los árboles («Ahora, Baco, voy a cantarte a ti»), el tercero de los ganados, el cuarto de las abejas. Los grandes cultivos mediterráneos son la vid y el olivo, los grandes ganados, los rebaños de ovejas. Cuando Ernst Robert Curtius leyó un solo verso de las «Eglogas» («Mil ovejas mías pastan en Sicilia») se le abrió la vasta perspectiva del Mediterráneo, que él aún no conocía. A lo largo de las «Geórgicas» el campo vive, se agota y renace: cuando la muerte llega con la peste, es terrible: tanto en las «Geórgicas» como en la «Eneida» se encuentran versos y páginas muy tenebrosos. Pero el poeta tiene la seguridad del renacimiento de las estaciones y del destino eterno de Roma: «En primavera, las primeras rosas,/ y los primeros frutos del otoño/ suyos eran». Todo pasa y todo vuelve: las tinieblas, las heladas lluvias, el regalo de las cepas, el vellón de los corderos, la leche del ordeño mañanero, la quema del cedro oloroso... Leer a Virgilio es leer campo y sentir las estaciones como eterno retorno.
La Nueva España · 13 octubre 2011