Ignacio Gracia Noriega
El niño pseudoinglés
Sobre la moda de enviar a los hijos a estudiar a Inglaterra
Durante las pasadas Navidades varios niños y jovencitos, nietos de amigos míos, regresaron a sus casas desde Inglaterra, donde están cursando los estudios secundarios. «Para que aprendan bien inglés, desde el principio», dicen sus padres, tan satisfechos como el paleto que hace medio siglo había cambiado las alpargatas por los zapatos de Segarra, o miraba continuamente el reloj de pulsera, no porque sus ocupaciones fueran afanosas, como notaba José Pla, sino para evidenciar que lo tenía, o arrojaba provocativamente sobre la barra de la cafetería a la que entraba pidiendo cualquier bebida exótica las llaves del vehículo automóvil: «Adelante, hombre del 600, la carretera nacional es tuya», se escuchaba en una canción de la época. Enviar a los hijos a estudiar a Inglaterra no es menor índice de triunfo social. Y ya observé, desde hace bastantes años, la fascinación por el mundo anglosajón. Los de mi generación son, seguramente, los últimos afrancesados, al menos en lo que a la educación se refiere. En mis tiempos, en el Bachillerato, se estudiaba mayoritariamente francés como segunda lengua; elegir el inglés era una rareza, solo justificada, en mi colegio, porque había algunos alumnos cuyas familias tenían intereses comerciales en Puerto Rico. Mas como si un viento la hubiera asolado, la lengua de Molière pasó al ostracismo y el afrancesamiento quedó relegado a los ámbitos de la política «progre», con los nefastos resultados habituales. En los tiempos del primer felipismo, todo el mundo enviaba a sus vástagos a hacer un «master», palabra hasta entonces desconocida y que pasó, de repente, a ser tan corriente como «colesterol» entre los usuarios desocupados de la Seguridad Social. Parecía que hacer un «master» en Harvard era poner una pica en Flandes, cuando a pesar de sus resonancias anglosajonas no pasa de ser una titulación de grado medio entre la licenciatura y el doctorado. Y entonces observé algo realmente magnífico: ex marxistas leninistas tremebundos, en lugar de enviar a sus vástagos a la Universidad Patricio Lubumba de Moscú, los enviaban a New York o a Boston a hacer un «master». Sic transit gloria mundi. Y ahora, los que enviaban a sus hijos a New York, envían a sus nietos a Inglaterra. «Para que aprendan inglés». Porque suponen que el dominio del inglés es la llave del éxito profesional y social. Los envían a estudiar inglés, sin importarles, aparentemente, cualquier otra cosa que hayan de estudiar. Algo más tendrán que estudiar en Inglaterra, digo yo: mas eso no importa. Importa el inglés para que puedan dirigir un tinglado del tipo del Niemeyer, como Natalio Grueso. Porque se supone que la mayoría de los «nuevos niños», aunque estudien en Inglaterra, habrán de vivir y trabajar en España en el futuro. Con lo que se sentirán en España tan extranjeros como a ellos los consideran extranjeros en Inglaterra. Lamentaba María de Maetzu, que había sido educada desde la infancia en español e inglés, que no consideraba ninguna de las dos lenguas como propia. Ese es el destino, temo, de los niños pseudoingleses: ser unos extraños aquí y allá.
La Nueva España · 19 enero 2012