Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

El dinero ya no vale

Recomendación del uso moderado del capital y rechazo del despilfarro

Relata Edward Gibbon en «Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano» que Domiciano gastó 12.000 talentos en dorar el exterior del Capitolio, lo que, de acuerdo con la contabilidad de la primera mitad del siglo XIX (cito por la elocuente versión de don José Mor de Fuentes, excelente escritor de aquel tiempo), equivalía a unos doce millones de duros. Y todo para que aquella techumbre primorosa fuera a parar a las manos apresadoras del vándalo Genserico. Es decir: para nada.

Incluso en la Roma de la decadencia, tan parecida en multitud de aspectos a la Europa actual, la desorbitada cantidad de doce mil talentos parecía una enormidad a cualquier observador con algo (no digo mucho: solo un poco) de sentido común. En aquella Roma ya precipitada barranca abajo, el dinero, dilapidado en gastos suntuarios, había perdido su valor. La pérdida del valor del dinero es un evidente síntoma de decadencia. Si el dinero no vale, si los valores espirituales y ciudadanos han sido abolidos y desprestigiados por el propio Gobierno, si se incitan derechos sin cuento sin el contrapeso de deberes mínimos, ¿qué vale entonces? Desde la sociedad del bienestar a las sociedades financieras, lo que predomina es el nihilismo. Hoy cualquier autonomía reclama unos Presupuestos semejantes a los de naciones con asiento en la ONU, y en algunos casos los superan. Se habla de miles de millones de euros como quien habla de cualquier nimiedad. Tenemos bien próximo el sonrojante caso del camelo Niemeyer, a cuyos elegantes directivos se les hace poco un millón de euros, ya que gastan medio en una exposición de fotografías. Y el pueblo soberano, respaldado por el partido en otro tiempo obrero, ese magnífico pueblo español que no entiende a Shakespeare en inglés y se aburre hasta dormirse con las películas de Carlos Saura, sale a la calle a defender el dispendio, suponiendo que una «cultureta» narcisista, altamente elitista y completamente irreal es el colmo del «progresismo» y contribución imperecedera al triunfo final de su causa. Por ese camino, están aviados, los pobres.

Sin embargo, y al margen de los dirigismos demagógicos, el ciudadano medio, que en el país de los Chaves, Camps, Pepiño, Urdangarín, Bono, el agente Iglesias, la Roldana, etcétera, etcétera, ya estaba curado de espantos, es capaz de escandalizarse cuando un ejecutivo del Banco de Santander se jubila con 55,9 millones de euros, coincidiendo con la congelación de los salarios de los demás trabajadores de la casa. Ni que el jubilado Luzón creara espectáculo y metiera goles. Porque si el salario refleja los resultados del trabajo del señor Luzón (y de otros altos ejecutivos bancarios indemnizados con cantidades no menos astronómicas), ¿cuánta ganancia obtuvo de ellos esa banca cuya situación financiera es tan inconsistente? Se me dirá que el señor Botín puede hacer un capirote con su dinero: estoy de acuerdo. Pero no está la banca en estos momentos para tirar la casa por la ventana, y mucho menos para dar tan desproporcionados ejemplos de que el dinero no vale nada. Porque del dinero, como de todo, debiera hacerse un uso moderado. Mucho se sigue hablando de la famosa crisis. Nadie reconoce que una de sus causas es que el dinero ha perdido sentido: ya da lo mismo cien que cien mil. Cuando se manejan cantidades como las que habitualmente escuchamos (miles de millones, cientos de miles de millones) no es insólito que un probo empleado se jubile con sesenta millones de euros: esto es, que el dinero se haya convertido en una abstracción.

La Nueva España · 26 enero 2012