Ignacio Gracia Noriega
La copla y el pasodoble
Reflexiones sobre los estilos españoles
La copla y el pasodoble son dos importantes manifestaciones de la canción popular. Pero no nos confundamos al decir popular. Son populares porque se cantan espontáneamente, la gente sabe más o menos sus letras, las repiten infatigablemente en la radio (naturalmente, estoy utilizando el presente histórico: debe tenerse en cuenta, debe recordarse, que la radio ha influido mucho más en la difusión de la copla que cualquier otro medio), se interpretan una y otra vez en teatros y teatrillos, y también en fiestas, romerías y salas de conciertos, y puede afirmarse con toda rotundidad que por ellas no pasa el tiempo. De la misma manera que el urbanícola más «internetizado», aquél que cree que la leche de las vacas ya sale de las ubres con su envase de cartón, percibe como lejano recuerdo el olor de la hierba recién segada y del pan recién horneado, también es capaz de tararear «El relicario» o se entera de que «Julio Romero de Torres pintó la mujer morena». Romero de Torres o Merimée forman parte del enciclopedismo popular por las canciones que los mencionan, y el pintor, claro es, también por los billetes de antaño. Pero don Ramón Menéndez Pidal negaría que tales canciones sean populares, aunque no, porque sería imposible, su popularidad. Pues tales canciones no son anónimas ni surgen de un sentimiento colectivo, sino que las compusieron músicos conocidos con letras de poetas que en su cometido humilde (pues la fama se la lleva el maestro, el letrista es el elemento secundario, aunque imprescindible) se muestran excelentes, capaces de contar una historia desgarrada o sentimental en no más de veinte versos entre los que se deslizan algunos como «¿por qué has pintao tus ojeras, / la flor del lirio real?», «Te quiero porque te quiero, / porque me sale del alma» o «Fue como pluma en el viento / su juramento». Poesía lírica directa, que va al grano («la luna es una mujer»), a la que no le importa incurrir en el tópico pero que, por economía, evita el ripio, y que es verdadera lírica, tal como la entendían los griegos: letras para cantar, que, como afirma Emilio Alarcos en su estudio sobre «Tatuaje», han emocionado a muchas generaciones, pues «la copla está íntimamente injertada en la vida cotidiana, en el ámbito global donde se nutre y desarrolla el hombre». Tal vez sea difícil encontrar, para los españoles en general, música más colorista y familiar que el pasodoble ni melodías más evocadoras que las de la copla. En «La pena se olvida», unos músicos cultos, el tenor Joaquín Pixán, la soprano Mayca Teba, la pianista Noelia Rodiles (y digo cultos, entiéndaseme, en el sentido de que otra cosa son Rocío Jurado, la Pantoja y Juanito Valderrama), se han acercado al pasodoble en la copla, los toros y la zarzuela, no reinterpretándolo, sino interpretándolo con esa pulcritud que a veces no se considera imprescindible en las interpretaciones «populares», en las que pesa más la fama del intérprete que el sentimiento de la canción. Pixán canta la copla como el gran tenor que es y como es la copla: canción popular al servicio de la que pone los recursos privilegiados de un gran cantante culto.
La Nueva España · 2 febrero 2012