Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Emilio Serrano, nostalgia de lo próximo

Artículos que son retazos de una vida interior rica

Emilio Serrano tiende a la palabra poética, primero en prosa, ahora en verso. Conocíamos sus colaboraciones en «La Nueva España», y de sobra conocíamos antes de ellas su sensibilidad de buena ley. Aquellas prosas fueron reunidas en un libro que hace homenaje, en el título, a su actividad empresarial: «Con sabor a guindas», subtitulado «Destilando recuerdos». Las guindas recuerdan el título de otro libro, «Guindas en aguardiente», de otro buen amigo, Francisco Sosa Wagner, que también colecciona artículos publicados en el mencionado periódico ovetense. Se escribe por muchos motivos. Emilio Serrano, incluso en las limitaciones de un artículo de periódico, nos habla de sí mismo, y a través de sí mismo, de todas las cosas. Aquellos artículos eran retazos de una vida rica en interioridad y con tendencia a que salga al exterior lo que el autor lleva dentro. Francisco Rodríguez, en el prólogo, advierte el aspecto autobiográfico de los artículos de Emilio Serrano: artículos escritos «para mostrarnos uno a uno los muchos peldaños de que se compone la escalera de su vida: una escalera larga, con apenas remansos y donde de abajo arriba, o desde las bajuras a las alturas, en cada tramo, es posible contemplar una perspectiva nueva y distinta, de las que un mundo con capital en Ribadesella ofrece a su autor». Emilio Serrano es otro provinciano universal, un asturiano verdadero que ha renunciado desde hace muchísimos años al catetismo del cosmopolitismo cultivando el localismo universal. De nada vale ganar el mundo, se pierde lo que a uno le es propio. Porque el mundo, como tituló Ciro Alegría una de sus novelas, siempre es ancho y ajeno. Emilio Serrano permaneció a la orilla de su Escamandro, que en este caso es un río tan considerable como el Sella, y desde este peculiar observatorio y base se ha convertido en un personaje de relevancia social en el resto de Asturias y de humanidad reconocida. En el prólogo mencionado, Francisco Rodríguez señala con agudeza que su prologado es un poeta: «Emilio Serrano es de esos escritores amantes de la metáfora. Tal vez sea ése el rasgo más acusado del poeta que escribe en prosa». Y como era inevitable en un caso como el suyo, al fin Emilio Serrano se decidió a escribir en verso, en el que destila y vuelca lo mucho que lleva dentro: una peculiar poesía amorosa, un sentido del paso del tiempo, pero no como angustia, sino como agradecimiento («Un día más / de agradecer a Dios / mi permanencia»); un esfuerzo por mantener viva la memoria («No quiero / que mi memoria / me haga / hacer olvido...»). Se trata de poesía lírica un tanto abstracta, con escasos nombres propios (entre ellos, Ribadesella, a quien se dirige como a una vieja amiga), en la que la insistencia en algunos temas certifica un mundo muy personal: la mujer, la fe, el mar, la amistad (personificada en el inolvidable José Manuel Valle Carbajal, marinero de Cudillero y cura durante más de sesenta años en La Foz de Morcín), las nostalgias... También la caída de la tarde y el murmullo de las olas. Temas cuyo desarrollo revela la bondad y el optimismo de su autor, que cree que los libros pueden cambiar la vida y los sentimientos de las personas, y agradece a sus autores que los hayan escrito.

La Nueva España · 19 de abril de 2012