Ignacio Gracia Noriega
Pedro Armendáriz: una fuerza de la naturaleza
La gran representación del cine mexicano en los años 40, su momento de máximo esplendor
A comienzos de año falleció el actor Pedro Armendáriz Jr., que había desarrollado una carrera internacional, como su padre, aunque de menos vuelo. Éste, el gran Pedro Armendáriz, nacido en México, D. F. el 5 de mayo de 1912, acabaría de cumplir los cien años de no haberse pegado un tiro en 1963 como medida terapéutica contra un cáncer contraído durante el rodaje de «El conquistador de Mongolia» en el desierto de Nevada, donde se habían efectuado pruebas nucleares, que también le costó la vida a Susan Hayworth, al director Dick Powell y uno de sus pulmones a John Wayne. Armendáriz fue la gran representación del cine mexicano en su momento de máximo esplendor, durante los años 40, cuando Emilio Fernández dirigía «Flor silvestre», «María Candelaria», «Enamorada», «La perla», «La red», «Maclovia», etcétera, con fotografía de Gabriel Figueroa, y Dolores del Río y Armendáriz como intérpretes, recogiendo la herencia de Eisenstein en «Que viva Méjico» y el aroma romántico y brutal de la revolución. Su resonancia mundial a través de Francia fue enorme. El indio llegó a creerse el mayor director de cine del mundo y le echó bala a un periodista francés que le contradijo. Armendáriz, con su estatura imponente, sus rasgos aindiados, sus bigotes negros, era una presencia que llenaba la pantalla. Intérprete además de «El rebozo de Soledad» y «La escondida», de Gavaldón; «Juan Charrasqueado», de E. Cortázar; «La rebelión de los colgados», de Crevenna; «La cucaracha», de Ismael Rodríguez; «El bruto», de Buñuel, etcétera, en 1947 interviene en «El fugitivo», de John Ford, quien le vuelve a llamar para «Fort Apache» y «Tres padrinos». Decía Fernando Rey, por resultar «políticamente correcto», que un latino en Hollywood siempre acaba haciendo papeles de indio. Armendáriz, en efecto, fue indio en «Tulsa, ciudad de lucha», de Byron Haskin, pero propietario de tierras petrolíferas y vestido a la europea. En sus últimos años trabajó en Hollywood y Europa, sin olvidar México («Canasta de cuentos mejicanos», de Bracho), «El tirano de Toledo», de Henri Decoin; «Cuando suena el tam-tam», de G. Napolitano; «Más allá de Río Grande», de Parrish; «Los titanes», de Duccio Tessari, etcétera. En «Desde Rusia con amor», de Young, segunda de la serie 007, interpreta a un policía turco.
Armendáriz fue un actor de una solemnidad casi hierática en su período indigenista, matizando más tarde con truculentas interpretaciones de villanos o con un humorismo con el que se parodiaba a sí mismo en «Los titanes» o «Desde Rusia con amor» (sin duda alguna, la mejor película de la serie Bond). A las órdenes de Ford se integró perfectamente en su mundo como el sargento que antes había sido oficial del ejército confederado en «Fort Apache» y como mexicano tópico en «Tres padrinos». Al final, sus rasgos telúricos, poderosamente raciales, se diluyeron en personajes más cosmopolitas respaldados por su fuerte personalidad: ya no era el indio de «La perla» o el revolucionario de las cartucheras cruzadas y la carabina 30-30, sino el gobernador terrateniente de «Más allá de Río Grande», el inquietante agente de la Policía política de «Éramos desconocidos», de Huston; un Pancho Villa aburguesado frente a Zapata todavía creyente en la revolución y, en fin, hasta un rey mitológico. Lo que importaban eran su presencia, su mirada, sus bigotes. Era en todas sus interpretaciones, incluidas las más rutinarias, una fuerza de la naturaleza.
La Nueva España · 24 de mayo de 2012