Ignacio Gracia Noriega
Viento del Este
La disposición de los europeos al colaboracionismo contra sí mismos
Dos años después de Waterloo, Chateaubriand declaró que tratando de contemplar cien años adelante veía una nube demasiado oscura para la visión humana; sin embargo, había algo que podía percibir con toda claridad: el advenimiento de dictaduras militares», escribe Schenk en su libro sobre «El espíritu de los románticos europeos». No falló en su sombrío pronóstico el autor de «El genio del cristianismo»: sólo que la Revolución Rusa producida exactamente cien años más tarde modificó el concepto de dictadura militar por el de la dictadura de partido.
También en 1817 Lamennais percibía el rugido de las revoluciones que sacrificarían la libertad a la igualdad. Corrían tiempos de gran pesimismo, como si con la caída de Napoleón se hubiera apagado una débil pero última esperanza: Chateaubriand sabía que cuando la religión fuera apartada como superstición quedaría el camino abierto a los peores crímenes.
Desde los exterminios en masa del nacionalsocialismo y los genocidios del socialismo real a los «crímenes humanistas» de la socialdemocracia para conseguir «vidas felices» y «muertes dignas», se cumplió el tenebroso presentimiento. Al pesimismo generalizado sigue siempre una etapa de estancamiento moral, en la que ahora estamos. No sé si saldremos de ella. Después de Waterloo, Europa también se encontraba en un estado de decrepitud y desplome, y atisbando los negros horizontes, Chateaubriand imaginaba que Rusia se apoderaría del globo.
El hombre occidental, cuando deja de creer en sí mismo, mira hacia el Este con una mezcla de terror y convulsa esperanza. Es hacia la única parte del mundo que puede mirar. África y Oceanía siguen sin existir y América no se puede considerar como novedad ni tabla de salvación, ya que ha recibido en su totalidad la poderosa herencia cristiana; la del Norte, lo más expansivo del protestantismo; la del Sur, lo más superficial del catolicismo, por lo que la primera es heredera del Imperio Británico y la segunda una caricatura de Europa. En consecuencia, sólo queda volverse hacia Asia, ya que, como en el poema de Kavafis, los bárbaros representaban una esperanza, después de todo.
De Asia llegaron las religiones monoteístas, las invasiones bárbaras, las epidemias de peste, las especias, la seda, las revoluciones. Algunas de aquellas inmensas oleadas fueron vitalizadoras, otras como la «peste negra» de 1348 estuvieron a punto de acabar con la vida en el mundo occidental. El cual mundo nunca consideró con la debida profundidad las pocas veces que se extendió hacia el Este, con Alejandro Magno primero y con las cruzadas después. Más bien esperó que el Este se extendiera hacia el Oeste, a ver si era una solución «después de todo», aunque otros lo consideraron como una suerte de disparatada «justicia histórica».
Muchos europeos estarían dispuestos a ser colaboracionistas contra sí mismos. En el Este se desarrollaron las grandes revoluciones salvadoras, cuyo fracaso clamoroso deja pocas puertas abiertas por ese lado. Ahora se espera que la acometividad comercial de los chinos vaya a salvar a una Europa seminoqueada. Hace treinta años se esperaba de China la revolución definitiva y ahora se espera la vuelta del capitalismo salvaje.
La Nueva España · 7 de junio de 2012