Ignacio Gracia Noriega
Literatura y política
El «escritor comprometido», personaje que como los políticos profesionales en ejercicio no es más que un florero.
Stendhal afirmó que la política en una obra literaria es como un pistoletazo en un concierto. Además, consta que la politización de la literatura es innecesaria, aunque continúa vigente la amarga reflexión de Dürremmatt sobre que hay que seguir luchando por las cosas evidentes. Lo malo es que los que hace varias décadas sostenían esa postura son contra los que ahora hay que continuar luchando. Ahora bien: siempre teniendo en cuenta aquella sabiduría de Alfonso Guerra cuando descubrió que un par de minutos de televisión cubren el trabajo de mil militantes. Ya no estamos en la época en la que un verso mueve mil espadas. En realidad, un verso no movió nunca espadas. Cuando en pleno frenesí romántico lord Byron fue a Grecia para demostrar casi póstumamente el poco aprecio en que se tenía, no llevaba versos, sino libras esterlinas (de las que se aprovecharon los «libertadores»: a fin de cuentas, pagaba «el inglés»).
Todavía ahora, cuando lo «políticamente correcto» es que los escritores no estén contra el poder, sino a favor del poder, cuando muere algún escritor veterano se elogia su condición de «escritor comprometido». Si no se le aplica esa etiqueta, la televisión del anterior gobierno y la prensa progresista en general le ignoran. Lo de «escritor comprometido» es una antigualla de tamaño catedralicio, pero si en España se sigue empleando el término será porque significa algo. Debe tenerse en cuenta que sólo son «comprometidos» los escritores «progresistas»: lo que demuestra, una vez más, que el progresismo es más antiguo y está más pasado que el polisón. Si el escritor que se interesa por la política no lo hace desde trincheras progresistas, no es «comprometido» y si no tiene buenos valedores es posible que le llamen hasta «fascista».
Con los políticos profesionales en ejercicio y la televisión del anterior gobierno en funcionamiento, no se necesita al «escritor comprometido» más que como florero. Con lo que el escritor saldría ganando si ahora se escribiera algo que valiera la pena. La última vez que escuché ese término laudatorio fue con motivo de la muerte de Carlos Fuentes, cuyo «compromiso» fue calificado por la escritora cubana Zoe Valdés de «cómoda y fingida rebeldía». Fuentes escribía un español pretencioso y pésimo, por lo que supongo que si se planteó escribir en inglés no fue sólo por esnobismo. Una de sus novelas, «Las buenas conciencias», es «La vida sale al encuentro» de Martín Vigil en mexicano; «Cambio de piel», «Zona sagrada» y demás son puro cosmopolitismo paleto. Siempre se resistió a condenar a Castro y a otros dictadores, así que está claro con quién estaba comprometido.
Le gustaban los fastos y las grandezas de este mundo, para que vieran en su pueblo que estaba bien relacionado. La Nueva España publicó una fotografía en la que él y García Márquez, untuosos y felices, paseaban a una princesa Borbón por las calles de Oviedo. Si los premios «Príncipe de Asturias» tuvieran la repercusión del Nobel, a esa fotografía le habrían dado el premio «Pulitzer».
La Nueva España · 13 de julio de 2012