Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

El profesor Adrados y los estudios clásicos

Las repercusiones de valorar la cultura sólo en función de su utilidad

Los premios de asunto cultural que tanto abundan en este reino que desprecia olímpicamente a la cultura tienen sentidos múltiples, por lo general, de carácter mimético (de los premios Nobel y de los «Oscar» hollywoodienses los más evidentes) y de actos de lucimiento social y pago de afinidades o compadreos políticos, y para el premiado no son una confirmación, ya que se otorgan a figuras «confirmadas» o a sudamericanos, y su difusión más allá del ámbito local es escasa, aunque sí representan una ayudilla económica y la posibilidad de decir algunas cosas con mayor resonancia de la habitual. Algunos, los más, aprovechan su efímero protagonismo para decir tonterías, mientras que el helenista Francisco Rodríguez Adrados, recién galardonado con el Premio Nacional de las Letras Españolas, critica una situación muy grave a la que casi nadie le concede importancia. Menos ahora, en que todo el mundo habla de la «crisis», pero de la económica, sin reparar en que la crisis más seria, al menos en España, es de carácter moral y cultural.

Aseguraba Picasso que no se empieza a aprender hasta pasados los sesenta años; don Ramón Menéndez Pidal, que no se había atrevido a escribir bien hasta muy entrado en los setenta; Gustavo Bueno continúa diciendo verdades como puños después de los ochenta, y Rodríguez Adrados, cumplidos los noventa, pone el dedo sobre la llaga de una situación por lamentable, vergonzosa, aceptando que el premio le fue concedido no solo por sus estudios lingüísticos y sobre la literatura griega (es también un buen articulista de periódicos), sino por una trayectoria que «no ha sido otra que luchar por las lenguas clásicas en los planes de estudio: primero contra el franquismo, luego con los socialistas y ahora con el PP, porque si se quitan del bachiller este edificio se cae».

El estado de los estudios clásicos desde la transición es pavoroso. Se comprende bajo el socialismo, enemigo de la tradición, que se propuso abolir el mundo viejo sin la genialidad de crear otro nuevo que lo sustituya. En cuanto al PP, ellos andan a lo suyo, y la cultura los trae al fresco: pudiendo acogerse a una tradición, la rechazan y desprecian, como han demostrado con el centenario de Menéndez Pelayo. Existen, dentro de la derecha, movimientos católicos interesados por la enseñanza, pero son sombríos, obsesivos, exclusivistas, monotemáticos, pesimistas y suspicaces: cotos cerrados incapaces de salir de su ámbito, solo interesados en una enseñanza privada, elitista y católica, en la que jamás se admitiría que el latín y el griego son más importantes que el inglés o el chino.

El problema no es solo de aquí y ahora; como escribió Ernst Robert Curtius, la cultura «ya no es sentida como un valor en sí, sino que solo se aprecia su utilidad». A la derechona le interesa la «pela», y considera mucho más a un abogado del Estado que a un helenista. Y sin embargo, en medio del desastre y del desánimo generalizados, ¿qué sentido puede tener Europa si renuncia a sus fundamentos comunes, a sus lenguas y culturas nutricias?

La Nueva España · 7 de diciembre de 2012