Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Dos reyes

Un guerrero godo derrotado llamado Pelayo y un rey y emperador, Carlos I de España y V de Alemania

Desde la ría de Villaviciosa no se divisan grandes alturas. No obstante, Laurent Vital anota que Carlos de Gante y su séquito llegaron a la villa «por un río de agua dulce que entraba en tierra, entre dos altas montañas que se perdían de vista». A los viajeros procedentes de tierras llanas toda elevación del terreno les parecen montañas. Más adelante habían de encararse con montañas de verdad, por lo que el cronista escribe, casi alarmado: «Os digo que este país está lleno de altas montañas y valles y en muchos sitios es inhabitable por los desfiladeros que hay allí». Durante un buen tramo de su recorrido marcharon en dirección al este, con las montañas al sur. A partir de Treceño se desviaron al sur, y por el valle de Cabuérniga se internaron en las montañas para salir a la Meseta en Aguilar de Campoo. Un poco más abajo ya se encontraban en una vasta y dura llanura, tan grande como el cielo y de aspecto menos amable y fértil que el de los Países Bajos de los que procedían.

Al sur de Villaviciosa desde el valle del río Piloña, un guerrero godo derrotado llamado Pelayo divisó desde un recodo del río las altas montañas. El río venía con riada, como es corriente después de las lluvias, «pero él pudo cruzarlo nadando sobre su caballo y desde la otra orilla subió a un monte», leemos en la versión rotense de la crónica de Alfonso III. El godo se internaba (acaso no por primera vez) en el reino encantado de las águilas y los rebecos. Las montañas sucedían a las montañas: por los desfiladeros y las laderas descendían hombres armados que se le unían. Y así llegaron a una montaña enorme en cuya pared había una cueva como un balcón. Ahí, en esa cueva, empieza España a ser reino, al ser levantado Pelayo sobre su escudo. Historia legendaria, tal vez, pero no menos real que las historias reales. Los auténticos orígenes de los reinos son legendarios, porque la leyenda es el cimiento de la historia.

El joven que desembarcó en Villaviciosa también fue rey y emperador y con Carlos I de España y V de Alemania la España que había descubierto América cubre Europa con su poderío. Fueron unos años de esplendor en los que el sol no se ponía sobre sus dominios. Toda aquella grandeza que dominaba el mundo había surgido de una cueva en la pared de una montaña. ¿Habrá historia más extraordinaria que ésta? Mas para que España fuera señora del mundo, los reyes del pequeño reino entre montañas tuvieron que abandonarlo, cabalgar Meseta adelante, echar al moro al mar y atravesar el océano en busca del lugar donde el Oeste se encuentra con el Este. Después del paso de don Carlos, los reyes, para cazar primero y para presidir actos mundanos: pero Asturias no volvió a ser lo que era y España tampoco. Por lo que procede una reflexión melancólica. ¿Tuvo que sacrificarse Asturias para que España fuera grande? Y ahora que España es muy poco, Asturias ni se ve.

La Nueva España · 13 de diciembre de 2012