Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

El mayor problema

La corrupción que salpica a todos en política y que destruye toda clase de valores cívicos

Ahora le toca a Esperanza Aguirre poner «la mano en el fuego» por la honestidad en entredicho de un íntimo colaborador (tan íntimo que fue su sucesor en la Presidencia de la autonomía de Madrid). Volvemos a los tiempos en los que a Felipe González, de tanto poner «la mano en el fuego» por miembros de su gobierno y colaboradores cercanos mientras su régimen se hundía en la cloaca de la corrupción, le llamaban «mano de amianto». Pero bien se ve que la corrupción no es exclusiva del socialismo, y si uno cuenta afanosamente billetes en una gasolinera, a otro le regalan trajes, otro se va con veintitantos millones de euros a Suiza como si fuera un separatista catalán y la golfería más abyecta salpica incluso a la única institución del Estado que hasta el momento permanecía incólume: la Corona. Aquí no se salve nadie ni Dios: lo asesinaron, y, en efecto, una de las primeras ocupaciones de la democracia española fue prescindir de Dios, tal vez malinterpretando la conocida frase de Ivan Karamazov: «Si Dios no existe, todo está permitido»: pero no hay que olvidar que esa frase se pronuncia una vez con suficiencia y al final con escándalo. Las leyes de la corrupción son tan inflexibles como las leyes físicas: una vez puestas en funcionamiento, no hay quien las pare, y la rueda no deja de girar.

La pavorosa situación económica, tan acuciante y angustiosa, es como una especie de muro que impide ver todo lo demás, los problemas serios. Porque el problema principal de España es de índole moral. En treinta años la estrategia de unos, la medrosidad de otros y los intereses de todos han contribuido a denigrar a la nación y a abolir los valores.

El separatista no hubiera llegado a los extremos que está llegando de no haber sido por tácticas obtusas de la extrema izquierda y la cobardía del centro-izquierda que hoy gobierna. La destrucción de toda clase de valores cívicos y morales es el primer problema: después, la clase política instaurada en casta y su emanación más perniciosa, el Estado de las autonomías (según mandato constitucional). No sé si la clase política española será la más corrupta de Europa (creo que la supera la italiana), pero ¿imaginan qué sucedería si en cualquier profesión o gremio se hubieran dado la mitad de los casos de corrupción que entre los políticos? Sería inconcebible, y los de esa profesión quedarían mancillados para siempre. En cambio, entre los políticos no pasa nada, y cuando aparece el nuevo caso de corrupción se alzan las voces airadas tanto desde la izquierda como del centro-izquierda protestando porque no todos los políticos son corruptos, que no hay que medirlos a todos por el mismo rasero y que hay políticos honradísimos (aunque lo que no se puede decir es que los hay desinteresados, porque todos cobran). Admitiendo que hay políticos honrados, todos son responsables de la corrupción. Porque ¿si hubiera verdadero interés en atajarla, se continuarían dando casos tan vergonzosos y de manera tan constante?.

La Nueva España · 31 enero 2013