Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

La alegría del rumano

La crisis moral de una democracia sacralizada

Un rumano acusado de robo gritó, comprensiblemente alborozado, al salir de la Comisaría sin cargos: «¡En España no meten en la cárcel por robar!». Esto, para aquel hombre, era jauja. Naturalmente, lo es también para otros muchos, no solo rumanos, que gracias a sus afanes por afanar lo ajeno llegan a tesoreros de un conocido partido político o a directores generales de la Guardia Civil: de este último se hizo una copla que festejaba su habilidad, y no era para menos, ya que «rodeado de civiles se llevó la gallina». En cuanto a Bárcenas, es una representación perfecta del «nuevo español»: deportista, inmoral y cosmopolita, pues resulta evidente que prefiere los bancos suizos y las pistas de esquí canadienses a los bancos españoles o a Candanchú. De otra pasta es Iglesias Riopedre, de quien su camarada Areces hizo una defensa o elogio fúnebre (aún no se sabe) profundamente indecente: «Es muy austero en su vida privada y luchó por la libertad y la democracia». ¡Vaya! Como si haber luchado por la libertad y la democracia diera patente de corso. En cuanto a la austeridad, se demuestra que no es obstáculo para que guste el dinero, y si el interfecto ejercía la austeridad en su vida privada, sería por una tendencia de su carácter, pero no porque no cobrara un buen sueldo. También el viejo Grandet no encendía la chimenea por no gastar leña, no porque fuera muy austero, sino porque era muy avaro. A este tipo de «feroces austeros y grandes luchadores por la libertad» los conocía bien Víctor Sege, que estuvo recluido por ellos en Siberia y que escnbe en su hermosa novela «Medianoche en el siglo»: «No existe gente más práctica, más cínica, más propensa a resolverlo todo con métodos expeditivos que los plebeyos privilegiados que emergen del final de las revoluciones cuando ya se ha endurecido la lava por encima del fuego, cuando la revolución de todos se convierte en contrarrevolución de unos pocos contra todos».

En España no hubo exactamente revolución política, y sería ridículo calificar a Bárcenas, a los de «Gürtel», etcétera, como revolucionarios. Pero sí hubo una importante revolución de las costumbres liderada por el PSOE, y a la que el PP asintió con mansedumbre o interesadamente. Hoy los españoles empiezan a darse cuenta con escándalo de que en los últimos treinta años se han destruido todos los valores morales. Y muy pocos fuimos los que protestamos entonces, lo que nos permite seguir haciéndolo ahora. El necio laicismo, el desprecio a la patria, la sustitución por el sexo, el dinero y el culto al cuerpo de los viejos valores, ¿a qué conduce? A un pesimismo y decaimiento generalizados. Pero, como reflexiona Dmitri Karamazov, en efecto, si Dios no existe, todo está permitido, pero: «¿Cómo será virtuoso el hombre sin Dios?». Aquí se ha sacralizado la democracia, que solo es un concepto de derecho político, y se echó por el sumidero todo lo demás. Y ahora, en plena crisis económica, se hace notar la crisis moral: más grave, sin duda, que la primera.

La Nueva España · 21 marzo 2013