Ignacio Gracia Noriega
La era de la infamia
Recuerdos de venta clandestina de fotogramas con besos y de la primera televisión
En el prólogo de «Pasiones catódicas» (1990), titulado precisamente «Pasiones catódicas», Juan Cueto pide disculpas de Alberti: ¡Que Alberti me perdone, pero yo nací con la tele». Ahora yo me permito rectificar a Cueto. A Alberti le perdonamos que haya nacido con el cine, pero no que haya sido chekista. Nosotros, por lo demás, no nacimos con la «tele», sino con el cine en technicolor, con Errol Flynn despidiéndose de Olivia de Havilland, con María Montez como «La reina Cobra» y los rojos atardeceres de «Lo que el viento se llevó» y «Duelo al sol», que, naturalmente, no pudimos ver hasta muchos años más tarde. La primera televisión que vimos fue la de Casa Javier en el Cristo: un partido de fútbol en el que había tanta nieve que no se veía nada. Entonces Cueto estaría en cuatro o quinto de Bachillerato, era el ayudante de cabinista de fray Huici y había establecido un negocio clandestino de venta de fotogramas con besos, insinuaciones de pechuga y demás, que previamente había cortado el fraile.
«Yo nací con la infamia» debe de ser título que le gusta, porque es el de la recopilación de sus «artículos selectos» publicados por Anagrama, en la que se recogen textos publicados en sus libros anteriores, «Exterior noche» y «Pasiones catódicas», por lo que debemos entender a este nuevo libro como la selección definitiva, más otros artículos y alguna conferencia no recogidos hasta ahora. Cueto, que movió mucho por el ancho mundo, que lo olisqueó todo, que estaba tan por delante de su generación que volvía cuando los demás iban, que, como escribe Juan Cruz, es «el primer personaje del Siglo de las Luces que consiguió vislumbrar el Siglo de las Sombras», no escribió tanto como hubiera podido escribir y conservó poco de lo publicado. En su caso puede decirse que vivió más que escribió, pero lo escrito está muy vivido. De ahí que la recopilación de su pasado sea un libro fresco y vital, pues (sigo citando a Juan Cruz) «parece mentira que Cueto envejezca porque es mentira», aunque haya cumplido los setenta años. Lo que envejecieron fueron la mayoría de los «ismos» a los que se adhirió (siempre provisionalmente) y las modernidades que vislumbró como si estuviera oteando en el centro mismo de París de la Francia. El libro le muestra de cuerpo entero, con más arrugas pero con el mismo bigotón, que hasta llegó a plagiarle por algún tiempo un cineasta pelmazo.
Juanchi fue la modernidad con mayúscula y afrancesada, displicente y entusiasta, jovial y continuamente en movimiento, generoso e implacablemente lúcido, atalayero de toda modernidad y escéptico de sus propias entusiasmos, que siempre eran provisionales, humorista sin caña y vitalista fogoso. El 23 de mayo de 1975 le vi plantado ante el escaparate de la librería «Gráficas Summa» y de sopetón me soltó, hablando con mucha rapidez, que solo hacía lo que le resultaba divertido y que porque la encontró divertida leyó «El otoño del patriarca» de un tirón. No sé si lo dijo como declaración de principios o para impresionar a la chica que me acompañaba. De lo que estoy seguro es de que yo no leí «El otoño del patriarca».
La Nueva España · 25 abril 2013