Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

«La Regenta» en el mundo

El impacto universal de la obra de Clarín

Hace veinticinco años se presentó en Lisboa la primera edición portuguesa de la novela de Leopoldo Alas. Esto puede resultar sorprendente, incluso incomprensible, a quienes hayan perdido el sentido de la perspectiva histórica e incluso geográfica. Vivimos al lado de Portugal, pero ¿qué sabe la mayoría de los españoles de la literatura portuguesa? Todo lo más llegan a Saramago, que era un pelmazo como escritor y como persona, y sólo los muy enterados pueden citar a Lobo Antunes (mucho mejor que Samarago) o recuerdan a Eça de Queiroz y a Pessoa, olvidando a quien tal vez haya sido el mejor novelista penínsular del siglo XIX: Camilo Castello Branco. La talla de novelista de Castello Branco no es inferior a la de Galdós, y narraba mejor. Muchos grandes novelistas no destacan como narradores, pero, qué le vamos a hacer, no todos son Tolstoi. Pero hay otro dato más significativo para quienes se hayan sorprendido por la tardía traducción de «La Regenta» al portugués: esta novela fue en España prácticamente desconocida (solo se hablaba de ella «de oídas», pero no «de leídas») hasta los primeros años sesenta del pasado siglo, en que aparece la edición popular de Alianza a precio asequible.

Y se publica tan tarde no porque estuviera prohibida, ya que en la década anterior se habían hecho las ediciones de Martínez Cachero y la de Juan Antonio Cabezas, que incluía además cuentos y artículos, sin que hubieran tenido acogida por parte del público. Uno de los motivos del fulminante éxito de «La Regenta» en los años 60 fue que la editorial se había labrado con pocos libros un prestigio «progre» (¡a pesar de haber publicado a Guizot, así son los prestigios de este país!, y desde entonces, «La Regenta» fue territorio «progre». Bien es cierto que Clarín también lo era, en la versión de «afín al krausismo», hasta que se cansó (el prólogo a «Amiel» de Rodó indica un cambio de giro, interrumpido por su muerte prematura).

Si «La Regenta» no tuvo inmediata aceptación universal, obedece a que la literatura española en general tampoco la tiene. Tenemos una lengua magnífica, pero un país de tercera (ahora de cuarta). Aquí solo hubo un crítico: Menéndez Pelayo. Y si se leen los grandes textos de la crítica europea se comprobará con desolación que solo citan a Cervantes (eso sí, en todos) y en segundo lugar a Calderón, Lope de Vega y Gracián: el resto no existe hasta García Lorca, no por poeta, sino por fusilado. Si la literatura española no existe, ¿cómo va a existir «La Regenta» en una Europa en la que se han escrito «Madame Bovary» y «Ana Karenina»?

Que la literatura española no sea más apreciada obedece al pavoroso complejo de inferioridad de los españoles, compensado por una mejor información.

Cualquier español semiinculto sabe quiénes fueron Balzac y Dickens. ¿Cuántos ingleses y franceses cultos saben quiénes fueron Galdós o Valera, o Clarín?

La Nueva España · 2 mayo 2013