Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

La eutanasia felina

Ante la decisión municipal de sacrificar a los gatos callejeros enfermos

No estoy muy seguro de que la humanidad haya mejorado mucho desde el siglo XVIII, cuando se establecieron los derechos del hombre y del ciudadano (en Norteamérica, aunque le duela a la «progresía» que no quiere ver más allá de la Revolución Francesa y de la guillotina), y el pasado siglo XX fue de una brutalidad feroz, tanto en el aspecto político como en el ideológico, como en el bélico. Mas, a pesar de todo, algo muy importante se ha conseguido en la relación del ser humano con la naturaleza y con los animales. Hoy se respeta a los animales, y de manera muy especial a aquellos que conviven con nosotros desde hace milenios, viven en nuestras casas, participan de nuestras alegrías y tristezas y nos dan mucho más que lo que nosotros les damos. Pues es cierto que les damos comida y cobijo: ellos nos dan cariño, nos entretienen, nos miman, nos entienden más de lo que creemos y a veces nos compadecen y otras hasta se ríen de nosotros. Se ríen de nuestra torpeza, de nuestra falta de elegancia, de nuestra inhabilidad como cazadores: por eso nos dejan ratoncillos y topos en el porche, porque suponen que de ese modo abastecen nuestra despensa. Todas las mañanas mi gato «Pelle» sube a despertarme, se mete en la cama conmigo y se queda a leer un rato. En la actualidad estamos leyendo a Flaubert. ¿Habrá quién pueda pagar eso, leer a Flaubert en compañía de un gato, que sólo reclama cuando está de humor una caricia y cuando no está para bromas que le dejemos en paz? Cuando «Pelle» quiere salir, se sienta delante de la puerta del jardín; cuando quiere comer, se sienta delante del armario donde se guarda su comida; cuando tiene sed, sube al fregadero porque le gusta beber un chorrillo de agua muy fino porque así la encuentra más fresca. Según Rafael Anes, a esta modalidad se la llama «beber a la catalana», y su gato tampoco bebe si no es de ese modo.

Debemos muchísimo a nuestros gatos y a nuestros perros (la bobería del «lenguaje vigente» los degrada llamándolos «mascotas»), por lo que es justo que correspondamos con ellos garantizándoles su seguridad. Seguridad contra la que atenta el Ayuntamiento de Oviedo al imponer la «eutanasia felina» para gatos vagabundos. ¿Y qué otra cosa es el gato que un vagabundo impenitente, un independiente genial y elegante por encima de toda norma? Baudelaire sabía que el gato es odiado por determinadas personas porque inspira ideas de limpieza y elegancia. Yo creo que por lo menos Caunedo tiene cara de buena persona: ¿cómo puede odiar la limpieza, la elegancia, el silencio, la astucia, en una palabra, todo lo que caracteriza al gato? Y para colmo, pretenden hacerles la eutanasia como si fueran los ancianos de regímenes totalitarios. La eutanasia evoca higiene, asepsia, muerte en el escenario desolado de una clínica con azulejos blancos e impolutos. Es la muerte que disimula la muerte de los campos de concentración científicos y burocratizados. Más vale la muerte en un vertedero, pero a la luz del sol. Porque el gato es un animal sagrado. Según Víctor Hugo, Dios creó al gato para darnos a los hombres la posibilidad de acariciar a un tigre.

La Nueva España · 15 junio 2013