Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

La salud obligatoria

La obsesión por la salud es la tercera de la sociedad laica, tras la seguridad y el dinero

Hemos leído en la prensa la propuesta de un «talento médico» para que hacer deporte sea obligatorio para los diabéticos, y no nos extraña tal dictadura del Gran Hermano, una de cuyas fuerzas auxiliares más eficaces es la «medicina totalitaria», sino que nadie se haya escandalizado o al menos que haya expresado su escándalo públicamente. Porque la salud y la enfermedad son de las cosas más privadas que existen, después de la vida y la muerte, sobre las que también quieren intervenir los adelantados del Estado totalitario por medio de esa inmensa falacia de la «muerte digna». No hay muerte digna, porque la muerte pertenece a un orden más profundo que la dignidad, ya que entronca con lo sagrado, como bien sabía Chateaubriand, que prohibió que su cuerpo fuera víctima de la «sacrílega autopsia». En un orden más pedestre, el Estado cada vez se mete más en la privacidad de los ciudadanos, sin que a estos parezca preocuparles, porque lo hace «por su bien». También se mete en los bolsillos de los contribuyentes de manera desaforada, y esto resulta más molesto, aunque es inevitable, al menos hasta que nos aparezca un ciudadano valiente de la estirpe de Henry David Thoreau: estirpe que temo que ha desaparecido, y mucho más ahora, en que actúa de manera tan eficaz la electrodomesticación de las masas.

La intromisión estatal en las pequeñas, minúsculas, cosas es el pórtico abierto para intromisiones mayores: fumar puede ser o no peligroso, pero que el Estado prohibida fumar es peligrosísimo, como bien vieron los electores suizos, que prefieren el humo a un recorte de las libertades privadas.

La obsesión por la salud es la tercera de las obsesiones de la sociedad laica: las otras dos son la seguridad y el dinero. Ya que el hombre es solo material perecedero, que viva cuanto más tiempo pueda, hasta que el Estado decrete la «muerte digna» a determinada edad, porque un mundo de jubilados es difícilmente sostenible. De momento se alega que la enfermedad es cara, por lo que se procura proscribirla por razones de ahorro, como si los pacientes no pagaran de un modo u otro su tratamiento. Tal como pretenden los que aspiran a la utopía salutífera por la vía de la «medicina preventiva», la salud será infinitamente más cara que la enfermedad, ya que implicará poner bajo vigilancia médica a toda la población, cuando hasta ahora solo recibían asistencia médica quienes la necesitaban.

La «medicina totalitaria» es peligrosísima, pero las ciencias en general no se sienten incómodas bajo regímenes totalitarios. El doctor Mengele era un criminal, pero ¿quién discute que con sus macabros experimentos no pretendía el avance de las ciencias médicas? Cuando las cosas se salen de control, cuando se abandona la moral en beneficio de la utopía, cuando como todo vale porque todo está permitido, obligar a los diabéticos a hacer deporte tal vez sea un mal menor. Pero ¿qué es eso de que el deporte sea obligatorio para nadie? Es la supremacía del músculo, cuyas apoteosis fueron las Olimpiadas de Berlín de 1936: fascismo en estado químicamente puro.

La Nueva España · 18 julio 2013