Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

El bestiario de Feijoo

Reivindicación de la obra de un ilustrado asturiano insuficientemente valorado en su patria

Los bestiarios, los lapidarios, las botánicas, las geografías y las cartografías son algunos exponentes del enciclopedismo medieval. De la misma manera que toda enciclopedia contiene un bestiario, un lapidario, una botánica, una geografía, etcétera, los bestiarios y las botánicas contienen a su vez enciclopedias. Para describir animales fabulosos es imprescindible acudir a la mitología y, en consecuencia, a la poesía, y la geografía no tarda en ser inseparable de la historia y la botánica, de la biología. No podemos hablar, sin embargo, de preciencias con tanta propiedad como de «conocimientos poéticos» cuando la erudición roza o admite lo maravilloso.

Entre los grandes empeños enciclopédicos del siglo XVIII, el siglo de la enciclopedia, figura en lugar primero la obra de Feijoo, no suficientemente valorada en su patria, tal vez porque fue un precursor de la «tercera España» medio siglo antes de que las Cortes de Cádiz dividieran España en dos, resultando sospechoso para una por ser monje y para la otra por ilustrado. Su estima en el extranjero la certifican los viajeros ingleses Townsend y Borrow a su paso por Oviedo.

Los escritos de Feijoo, en cuanto empresa individual, sólo admiten la comparación en su tiempo del diccionario de la lengua inglesa de Samuel Johnson. La enciclopedia es de mayor volumen que el diccionario, aunque el de Johnson contiene apuntes enciclopédicos. No faltan en las «Cartas» y en el «Teatro» de Feijoo descripciones dispersas que constituyen una zoología fabulosa que da pie a elucidaciones sobre si existieron el unicornio, el basilisco, el ave fénix, los sátiros, los tritones y las nereidas e incluso el hombre pez de Liérganes, que nadó hasta Cádiz, adonde llegó diciendo su nombre y pidiendo tabaco, y en el que Feijoo creía. Algunos de esos seres, productos de la fantasía o del mito, se interpretan como malformaciones o extravagancias de la naturaleza: «Natura ad demonia est, non divina», afirma el Padre Maestro citando a Aristóteles. No faltan las críticas a Plinio, Eliano y hasta Aristóteles, pero en el tomo VI del «Teatro» establece las diferencias entre tritones y nereidas: los primeros eran «trompeteros» de Neptuno y ellas usaban bocina. Y después de asentar su condición mitológica, Feijoo hace una consideración sorprendente: «Yo, sin negar que mezcló en ellos algo la fábula, siento que fueron entes verdaderos y reales». ¿Era Feijoo tan crédulo? No, pero los testimonios de marinos confirman la existencia de seres extrañísimos en el mar, y por el mismo motivo estaba dispuesto a creer en hombres marinos, ya que los catalogan Olao Magno y el obispo Pontoppidan. El prestigio de la letra impresa es irrecusable, pero ha de ser sometido al tamiz de la crítica. Los testimonios sobre los desplazamientos del judío errante son numerosos, pero no suficientes. Y Feijoo concluye que no es menester buscar en historias desfiguradas el origen de infinitas fábulas. Una historia extraña se vuelve fábula por el uso y por la lejanía, tanto en el tiempo como en el espacio.

La Nueva España · 5 septiembre 2013