Ignacio Gracia Noriega
La Monarquía y la democracia parlamentaria
Algunos argumentos sobre el modelo de Estado español desprecian a la Constitución
Un argumento insistente, que no contundente, esgrimido contra la Monarquía es que el Rey no ha sido votado democráticamente, lo que significa ignorar o despreciar a la Constitución, que establece que la forma de Estado de España es la monárquica y que fue votada mayoritariamente por los españoles. ¿No es la Constitución ratificación suficiente? Para determinadas posiciones políticas, no necesariamente extremistas, sin duda no lo es. De hecho, algunos republicanos españoles actuales continúan admitiendo e incluso apoyando regímenes cuyos constructores y gobernantes, digamos Lenin, Stalin o Fidel Castro, no salieron de las urnas (¡faltaría más!), ni de ningún tipo de elección, pues como afirmaba otro esclarecido demócrata, Mao, «el poder político brota del cañón de un fusil».
Objetar que el gobernante no ha sido elegido de manera directa por sufragio universal puede llevarnos a ejemplos peligrosos, como que Hitler fue canciller gracias a haber ganado unas elecciones mientras que Stalin, que se alineaba al lado de las democracias, ya me dirán qué elecciones había ganado. En la terrible claudicación de Munich, donde las democracias representadas por Edouard Daladier y Chamberlain (una especie de Rajoy con paraguas), renunciaron al honor por salvar la paz, perdiendo con esa renuncia el honor y la paz, según dictaminó Churchill, el mundo quedó a merced de los totalitarismos y sólo la monárquica Inglaterra fue capaz de resistir esforzadamente al populismo nacionalsocialista. ¿Quién representaba entonces la libertad y la democracia, el Rey de Inglaterra, que reinaba sin haber sido elegido por nadie, o el «democrático» Hitler, elegido por una mayoría de alemanes? Y aquí hemos de hacer una precisión muy importante: cuando en los convulsos años 30 se hablaba de «las democracias», solo se hacía referencia a las verdaderas democracias: Inglaterra, Francia y los Estados Unidos. A nadie se le ocurría situar entre ellas a la idílica Segunda República española, integrada por profesores krausistas, poetas líricos y felices obreros con camisa roja. Lo de «¡tiros a la barriga!», como es bien sabido, lo ordenó Franco disfrazado con el verrugón de don Manuel Azaña.
La República no es garantía de nada mientras que la Monarquía lo es de muchas cosas. En primer lugar, de la unidad nacional. Repúblicas las hay y las hubo de todo tipo, desde tiranías infectas a sistemas de perfecto funcionamiento mecánico como Francia o los Estados Unidos. Pero si podemos aportar en la actualidad ejemplos denigrantes de repúblicas populares, las monarquías europeas, sin que falle una sola, son modelos de democracias y de sistemas constitucionales con garantía de las libertades públicas y privadas. Claro que a los que solo conciben una República frentepopulista el modelo parlamentario debe importarles poco. Y de otra cosa es garantía la Monarquía dado su peculiar modo de sucesión de la jefatura del Estado, estamos libres de que F. González sea jefe de Estado y Ana Botella primera dama.
La Nueva España · 5 octubre 2013