Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

La primera cena

Los productos lácteos en la cueva de Belén

Para Francisco Rodríguez

De los cuatro Evangelios sinópticos, solo dos, el de Mateo y el de Lucas, relatan el nacimiento. Marcos y Juan comienzan los suyos con la figura de Juan Bautista, y Juan afirmando que “en el principio era el Verbo y el Verbo era como Dios y el Verbo era Dio”. En ninguno de los cuatro Evangelios faltan los elementos maravillosos.

Marcos empieza insinuando una oscura historia familiar con la intervención de un ángel que se le aparece a José en sueños y después de decidir el nombre que habría de llevar el niño que estaba por nacer, pasa a contar una historia mágica que parece sacaba de “Las 1001 noches”: “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, vinieron de Oriente a Jerusalén unos magos”. La palabra “Oriente”, a partir de entonces, empieza a ejercer fascinación entre las gentes de Occidente. Los cristianos, familiarizados en las Escrituras, no repararon en que la Biblia es un libro oriental y no se fijaron siquiera en las historias exóticas como la de la reina de Saba que visita la corte esplendorosa del rey Salomón o la de los Magos (que en ningún momento se dice que fueran reyes, aunque tratan de tú a tú a reyes como Herodes). Los Magos llegaron a Belén guiados por una estrella que se suele representar con cola de cometa y por la profecía de Miqueas que anuncia: “Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá, porque de ti saldrá un guiador que apacentará a mi pueblo, Israel”. Lo que sucede entre el episodio prenatal y la adoración de los Magos es el relato por Lucas. César Augusto había ordenado el empadronamiento de todos los habitantes del Imperio, por lo que José y María, aunque vecinos de Nazaret, por ser José de la casa de David, hubieron de trasladarse a Belén para cumplir el mandato. No había sitio en la posada (se supone que llena de belenistas que vivían fuera de su ciudad y había vuelto a ella para empadronarse) por lo que María da a luz en un pesebre. Había pastores nocturnos, apacentando sus rebaños por los alrededores y un ángel les anuncia un “gran gozo”. Había nacido el Salvador y los pastores acudieron a la cueva o pesebre a adorarle. Fueron los primeros en llegar y llevaban humildes presentes. Sabemos que los Magos obsequiaron al Niño con oro, incienso y mirra. Y los pastores, cabe preguntarse, ¿qué aportaron? Lo que tenían: blancos corderillos y diferentes productos lácteos. Es de suponer que en la cueva no hubiera nada para cenar aquella primera noche, por lo que la cena de José y María habría consistido en leche, quesos, cuajadas, etcétera. No sabemos qué cenó Jesús en la última cena, salvo que había vino y pan, pero sí es razonable imaginar lo que cenaron sus padres su primera noche en el mundo. No habiendo tenido tiempo para aderezar el corderillo, la blanca leche habría sido el elemento principal de aquella cena mientras la nieve caía sobre las colinas, cubría los campos y la luz renacía sobre el mundo.

La Nueva España · 27 diciembre 2013