Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Heidegger, otra vez

Lo que no se perdona al mayor filósofo del siglo XX

Evidentemente, Heidegger no disfruta de buena prensa. A diferencia de su amigo Ernst Jünger, que acabó siendo aceptado y admirado por la progresía ilustrada europea, con Mitterrand abriendo la marcha, y, más incomprensible, hasta un Céline con toda su carga de antisemitismo y bajeza, a Heidegger no se le perdona que haya sido rector de la Universidad de Friburgo durante un corto período de los primeros tiempos del nazismo y que no haya eliminado algunas frases alusivas a aquel abominable sistema político en la edición de 1953 de "Introducción a la Metafísica".

Si el delito de Heidegger es no haber rectificado, nada podemos objetarle, como tampoco que iniciara sus clases haciendo el saludo romano. También en la España de Franco Laín Entralgo y Antonio Tovar fueron rectores de Universidad y se hartaron de fotografiarse con uniformes de jerarcas fascistas (y Tovar, en un libro de 1941, "En el primero giro", dedica explícitos elogios al nacionalsocialismo), lo que no fue obstáculo para que, llegado el momento oportuno, se proclamaran "demócratas de toda la vida", sin que nadie les tuviera en cuenta su pasado poco edificante (al menos, desde el punto de vista democrático).

Estos intelectuales y muchos otros que tal bailaban disfrutaron de las prebendas del franquismo y posteriormente recibieron las bendiciones de la democracia por su gallardo "cambio de chaqueta". En cambio, Heidegger, una vez apartado del nazismo militante, no recibió privilegios y en 1944 fue movilizado para cavar trincheras. Por lo que, si se le hacen reproches a Heidegger, obedece a otros motivos que a su colaboración con los nazis y a que se haya portado notoriamente mal con su maestro Husserl, que era judío. Según Karl Jaspers, la actitud de Heidegger obedece a ceguera, compartida por la mayor parte del pueblo alemán en 1933. Y Jaspers se pregunta: "¿Es absolutamente ciego a los hombres?".

Heidegger, el mayor filósofo del siglo XX, era un metafísico que vivía en una cabaña de troncos sin luz eléctrica y que opinaba que contra las tendencias nihilistas habría que regresar a las raíces de la metafísica, a Grecia. En un aspecto menos elevado, según Abel Posse, que tuvo trato personal con él, creía que el nazismo era un partido de orden. Abominaba el sistema democrático anglosajón, vinculado al dominio técnico que provocaba "el oscurecimiento del mundo, la huida de los dioses, la destrucción de la tierra, la masificación del hombre, la sospecha insidiosa contra todo lo creador y libre". En su famosa entrevista póstuma a "Der Spiegel" a la que se refiere Joaquín Rábago, afirma: "Sólo un dios podrá salvarnos". Algo, por cierto, que Malraux anuncia en "El tiempo del desprecio", su novela más stalinista.

Ahora, en esta época de laicismo un poco histérico, de beatería totalmente decimonónica por la electrónica, de sumisión ante un supuesto predominio económico anglosajón, un filósofo que proponía el regreso a Grecia y que no tenía televisión a la fuerza resulta incómodo. Y si además hay algo que reprocharle, miel sobre hojuelas.

La Nueva España · 25 abril 2014