Ignacio Gracia Noriega
Joyce en junio
Los cien años de la aparición en las librerías de "Dubliners", narraciones breves de un joven autor
El 15 de junio de 1914 aparece en los escaparates de las librerías de Dublín un libro titulado “Dubliners”, que contiene narraciones breves y cuyo autor, el joven James Joyce, sólo había publicado hasta la fecha algunos ensayos escolares y artículos de periódico y un libro de versos titulado “Chamber Music”, según David Hayman “aflautadas canciones de amor al modo isabelino parcialmente inspiradas por Ben Jonson, pero probablemente también por el decadente poeta francés Paul Verlaine”. Nace, pues, para el público lector, el cual, por cierto, le prestó una atención muy escasa, uno de los escritores más influyentes, citados, estudiados y reeditados del siglo XX, el hombre que condujo a la literatura moderna, concretamente a la novela como narración, pero también al tratamiento del lenguaje, a su extremo más avanzado (“Ulises”), pero también a una puerta cerrada o a un camino sin retorno (“Finnegans Wake”), “Dublineses” ocasionó un problema entre el autor y el editor a causa de que éste se negaba a publicar algunos cuentos que consideraba impublicables en la piadosa y católica Irlanda, de manera especial el primero, que trata de un sacerdote que había cometido una profanación involuntaria y pierde la razón, por no referirnos a “Encuentro”, en el que un miserable intenta en un descampado lo que legiones de desalmados hacen en la actualidad por medio de internet.
El conflicto saltó a las páginas de la prensa, publicando Joyce un artículo en “The Egoist” el 15 de enero de 1914 en el que explica las vicisitudes de su libro; al fin éste aparece el 15 de junio de 1914, como quedó dicho, y un mes exacto después un crítico tan atento a todo lo que fuera “modernidad” como Ezra Pound publica una reseña muy elogiosa, en la que se lee que “el señor Joyce escribe una prosa límpida y dura. Maneja temas subjetivos, pero los presenta con tal claridad que bien podría estar tratando de locomotoras o de especificaciones de construcción. Por eso, uno puede leer al señor Joyce sin la sensación de estar prodigando un favor”.
No obstante, las ventas fueron mediocres, por lo que Pound lamenta que “desgraciadamente mi prestigio como crítico no basta para convertirlo en un éxito”. Quien se lamentaba era uno de los críticos más importantes del pasado siglo que descubría -y lo anunciaba- al autor más decisivo, tal vez, de la literatura contemporánea. Apunto esto para reflexión de jóvenes autores que piensan que gracias a un artículo sus obras se convertirán en “best sellers” y ellos recibirán el premio Nobel de Literatura inmediatamente.
“Dublineses” consta de quince cuentos desarrollados en Dublín y que tratan de sus gentes (como el título aclara). Algunos de estos personajes pasan a otros cuentos del mismo volumen y a “Ulises”, lo que otorga al conjunto complejidad y profundidad (el procedimiento ya había sido utilizado por Balzac en “La Comedia Humana”). Los críticos anglosajones, acostumbrados a buscar en Joyce cosas raras, encuentran en “Dublineses” conexiones extrañas, de las que no sé si su autor sería consciente o no. En realidad, la colección obedeció a un encargo de George Russel, que le había pedido a Joyce un cuento para su revista que fuera “rural, sencillo y patético”. Joyce escribió “Las hermanas”, el primer cuento de la serie, que no es rural, porque se desarrolla en Dublín, pero es complejo y patético. Los cuentos restantes presentan diferentes personajes y situaciones en la ciudad como fondo, desde historias picarescas y sátiras políticas hasta el profundo lirismo de “Los muertos”, el cuento que cierra la serie, con la nieve cayendo sobre un olvidado cementerio rural, sobre Irlanda y sobre el mundo.
La Nueva España · 26 junio 2014