Ignacio Gracia Noriega
La mujer barbuda en el Parlamento
De cómo un término noble como la tolerancia se trivializa y rebaja hasta extremos grotescos
La noticia de que una mujer barbuda cantará en el Parlamento europeo el próximo 8 de octubre es para reír y para llorar. Para reír, porque hasta ahora, tales espectáculos se daban en los circos, y, a fin de cuentas, la cantante elevada a parlamentaria pertenece al mundo de la farándula; y para llorar porque se entiende, de acuerdo con las normas de la corrección política vigente, que se trata de un acto supremo de tolerancia. De la "corrección política", que arropa los mayores desatinos y es la Inquisición con brazo secular incluido del siglo XXI, puede esperarse cualquier cosa siempre que contribuya a encaminar al ser humano a la caverna, que para el progresismo extremado es el fin de la historia; mas deploramos que un término noble como tolerancia, uno de los fundamentos de nuestra concepción del mundo, se trivialice y rebaje hasta extremos tan grotescos. Y cabe hacer, entre llanto y risa, una acotación marginal: ¿es que en el Parlamento europeo no tienen mejo-res cosas que hacer? Pregunta que nos conduciría a preguntarnos para qué sirve el Parlamento europeo, cuestión en la que, de momento, no queremos entrar.
Desde hace algún tiempo, parece que la palabra tolerancia se dirige en un único sentido, de índole sexual. En esta época estamos anegados de política y sexo, pero lo monstruoso es que ciertas tendencias sexuales se entiendan como actos políticos valerosos. Lo valeroso sería que la mujer barbuda se fuera a cantar a las zonas dominadas por Hamas y la OLP, democracias impecables, pero donde ciertas peculiaridades sexuales necesitan un poco de tolerancia, o que aquel que se maravilla de que el islamismo haya inventado en turrón a ver si se atreve a ir a comerlo a Gaza por Navidad sin riesgo de que la decapiten o que la mujer barbuda no sea lapidada si se presenta con esa fecha en el jardín de Alá. En Europa, a la que tantos enemigos de su propia cultura desearían ver destruida en nombre del "progreso" por el islamismo, el bananerismo o el regreso de los despotismos asiáticos, la tolerancia no es ni siquiera un derecho: es algo tan entrañado en nuestra concepción del mundo que sin ella nuestra sociedad no sería posible, o, como escribió Voltaire, sin la tolerancia "el fanatismo desolaría la tierra o, por lo menos, la entristecería para siempre". Pero a lo que parece, hay dos varas de medir y dos intolerantes ahora están de parte de los buenos y los tolerantes son los "malos" por no ser tan tolerantes como los intolerantes desearían. En cualquier caso, el Parlamento europeo ni Europa entera son buenos escenarios para exigir tolerancia, porque nuestras sociedades la garantizan. Que vayan a pedir tolerancia a La Meca o tal vez al Moscú de Putin, a la vez que otras libertades más importantes y fundamentales. O que el año que viene venga a Oviedo por San Mateo, donde toda clase de "tolerancia" son bien acogidas. Este año tocó la "tolerancia política" con Víctor Belén y demás. ¿Por qué no la "tolerancia lúdica" el año que viene con la mujer barbuda?
La Nueva España · 19 septiembre 2014