Ignacio Gracia Noriega
El protocolo
El epidémico recurso a una palabra que lleva camino de ser desgastada por el mal uso
Últimamente, en España no se habla de otra cosa que del "protocolo". Más que del "ébola", a consecuencia del cual se puso en circulación, por lo que, de repente y sin que nadie lo esperara, nos encontramos con la amenaza de dos epidemias por el precio de una. La primera de carácter médico, aunque la oposición, esperando encontrarse ante un bocado tan apetitoso como el del "Prestige", la ha convertido en una cuestión política y sólo falta que el diputado "dispuesto a todo", que ya esgrimió una lámpara de minero cuando no vio una mina ni de lejos, ahora salga enarbolando un "protocolo"; y la otra, más peligrosa porque puede ser más permanente, de carácter lingüístico. Desde que se produjeron las primeras alarmas a consecuencia del "ébola" se empezó a hablar del "protocolo", y así escuchamos a mucha gente referirse enfáticamente a él sin saber qué es, como Pedro Sánchez cuando habla de federalismo.
Cabe preguntarse qué es el "protocolo" cuando tanto se le invoca. ¿Una panacea universal del tipo de la jalea real en otro tiempo, una ocurrencia moderna de efectos milagrosos, una guía de peregrinos, un traje como de astronauta para protección de los que deben relacionarse con la epidemia? Muchos pronuncian la palabra "protocolo" como si estuvieran diciendo la última palabra, porque no hay peor pedantería que la de los ignorantes, y aunque no tiene el prestigio de las palabras extranjeras, ofrece el de ser un término vagamente científico, o al menos técnico.
Diciendo "protocolo" se les llena la boca a los opinantes improvisados de las tertulias televisivas, como si dominaran la situación o "don Protocolo" dirigiera la política sanitaria, ya que la ministra Mato es incapaz. De manera que "protocolo" lleva camino de convertirse en una palabra desgastada y descolorida por el mal uso, como antes lo fueron "democracia" y "solidaridad", entre otras, y así se dice "democracia" por cualquier tontería, o se producen adjetivaciones surrealistas como "bolígrafo solidario" o "colchón solidario". ¡Hasta dónde llega la imbecilidad de las "ideas vigentes"!
Con razón, el segundo mandamiento es no invocar el nombre de Dios en vano, aunque tratándose de mandamientos el único que se cumple es de "santificar las fiestas", por no trabajar. "No matarás" lo eliminó Rajoy por contentar a quienes jamás le votarían, además de, según se disculpó, por miedo a que quien venga detrás tumbe esa ley de atenuación del aborto que él mismo tumbó para ahorrarles trabajo, cuando con mayoría absoluta el PP no se atreve a tocar la "memoria histórica", no sea que quienes la aprobaron se enfaden. Por lo menos, el nefasto Z., con menos diputados, cumplió su programa, al menos en sus aspectos más cainitas y disparatados.
Volvamos al "protocolo", que es un término notarial y no médico, político o mágico. Se trata de "la organizada serie de escrituras y matrices y otros documentos que un notario autoriza y custodia con ciertas formalidades", según el diccionario de la Academia. En consecuencia, ¿por qué no decir "normativa" o "libro de instrucciones"? ¿Por no perder la oportunidad de expresarse con pedantería?
La Nueva España · 4 noviembre 2014