Ignacio Gracia Noriega
Santa Teresa de Jesús: escritora por obediencia
Una prosa poética cargada de símbolos y llena de espontaneidad
Decía Ortega y Gasset, con esa desenvoltura que afecta a los acostumbran a pontificar sobre todas las cosas, y unas veces aciertan y otras no, que en la literatura española faltan biografías y libros de viajes y, miren por dónde, que, tal vez sin ella misma darse cuenta, Santa Teresa de Jesús escribió una de las mejores autobiografías, el "Libro de su vida", y el "Libro de las fundaciones", ¿no es la relación de un prolongado viaje a lo largo de la vieja piel de toro, detallando fundaciones y reformas de conventos y escuchando, y transmitiendo, la rica, jugosa y espontánea habla de Castilla la Vieja? Porque si algo define a Santa Teresa como escritora es la espontaneidad. Pocas prosas hay como la suya, que con tan escasos medios transmitan tanto. Porque ella misma reconoce que no es escritora, que no tiene los conocimientos de dos grandes escritores que la admiraron, San Juan de la Cruz y Fray Luis de León. Ella no es más que una pobre monja que, siendo niña, juntábase con sus hermanos para leer vidas de santos y hasta tal punto queda-ron empapados por aquellos ejemplos que escaparon de casa para ir a tierra de moros a morir mártires: con este episodio comienza su autobiografía y es la página más reproducida en toda clase de antologías de su extensa obra literaria. ¿Por qué escribía si no se sentía llamada por el camino de la pluma? Porque sus visiones eran demasiado complejas y extraordinarias, hasta el punto que su confesor, el P. Pedro Ibáñez, la ordenó que las pusiera por escrito. Y siendo su estilo tan escueto, tan de andar por casa (como "Dios anda entre pucheros", según una de sus afortunadas y sorprendentes comparaciones), entendía muy bien el sentido simbólico del lenguaje, culminando su obra con un libro que es un símbolo todo él, "Las moradas" o "Castillo interior", metáfora prolongada hasta lo sublime. Por la vía simbólica, su prosa es poética, aparte lo que escribió en verso, como "Vivo sin vivir en mi", uno de los poemas capitales de las le-tras españolas Escritora doctrinal y visionaria, es, ante todo, profundamente humana, ya que aunque más de una vez se aproxime al velo del misterio, está relatando en realidad su experiencia. "No escribe para el principiante ni únicamente para el iniciado, no desprecia el ascetismo ni lo fortifica, evita los extremos del quietismo mientras engrandece las verdades fundamentales de las que la doctrina procede", enumera Allison Peers. Nació en Gotarrendura (Ávila), el 28 de marzo de 1515: juntó con San Ignacio de Loyola es la santa más universal del siglo XVI español, y su energía era comparable a la de Ignacio. A los quinientos años de su nacimiento, sigue vibrando en sus escritos la proximidad de lo humano con lo divino, Dios y los pucheros. Sentada en su mesa de monja, mojando la pluma en su tintero de monja, la santa escribe sobre algunas cosas que no entiende y sobre otras que conoce muy bien. Escribiendo por obediencia ("¡Recia obediencia ha sido!"), ha realizado una de las funciones fundamentales del acto de escribir, aclarando ideas, intentando explicar lo incomprensible.
La Nueva España ·2 abril 2015