Ignacio Gracia Noriega
Fahrenheit 451
La desaparición de los libros de las aulas
El próximo curso el Colegio de los Jesuitas de Gijón será una institución educativa sin libros. Es contradictorio e incluso absurdo que se plantee la educación sin libros, pero, según parece, por ahí va el futuro, aunque no entiendo yo qué pueden entorpecer los libros el futuro. Por otra parte ¿quién nos asegura cómo será el futuro? En 1917, el futuro era la revolución y ya hemos visto dónde ha quedado, entre los cascotes del muro de Berlín. El siguiente paso emprendido por los secuaces de San Ignacio será la educación en inglés, relegando el inútil español a la condición de lengua muerta. De este modo, la institución religiosa más progresista de la cristiandad supera su propio pasado, que se fundamentaba en el latín y en los libros.
Como es evidente que ya estamos de lleno en el totalitarismo electrónico, la sustitución de los libros, que equipara a la modernidad con los grandes aquelarres de la Inquisición y los bacanales del nazismo, en los que se quemaban libros, parece un objetivo prioritario. Hace algunos años, el Instituto de Ventanielles fue el primero de Asturias sin libros, el experimento ocupó las páginas de los periódicos durante dos días y no se volvió a hablar de él. Asimismo, el HUCA pretendía ser un hospital sin papeles, pero los médicos se dieron cuenta de que era más cómodo y rápido utilizar el papel. Ahora, por obra de los jesuitas, se vuelve a la cuestión de la educación sin libros, en lo que intuyo cierto clasismo, ya que a la referida intentona de Ventanielles no se le concedió tanta atención. Una educación sin libros es regresar a la barbarie antes de tiempo (cada día estoy más convencido de que el objetivo del progreso actual es la vuelta a la caverna). Sin libros se acaba la cultura por muchas "tabletas" que haya, pues se trata de la competencia entre la palabra escrita y el estruendo audiovisual, y nadie va a detenerse a leer un libro electrónicamente cuando el mismo aparatito le permite hacer juegos, ver películas o enviar fotografías El libro es todo lo contrario, es un gran logro de la libertad humana, porque la lectura exige privacidad y silencio. No se puede leer en medio de una multitud. El hombre necesita un lugar apartado y propio para leer. En cambio, la electrónica puede funcionar en cualquier parte, siempre que no se vaya la luz.
El siglo pasado fue el siglo de la ciencia-ficción y de las severas y pesimistas novelas utópicas. Pero ni la imaginación más exaltada intuyó la electrónica. En cambio, todas las miradas hacia el futuro preveían dictaduras pavorosas, asépticas, tecnológicas, de control absoluto. Hacia ellas vamos. La muerte de la privacidad, anunciada por la informática, es el final de la libertad. Gracias a la tecnología avanzada, el control ya es asfixiante. Te controlan en las farmacias; en los bancos, que ya no prestan el dinero propio ni pagan por el ajeno, pero exigen tu ficha; en las ciudades. Es el mundo de Huxley, de Orwell, de Bradbury: de control total y sin libros.
La Nueva España ·30 abril 2015