Ignacio Gracia Noriega
La guerra no ha terminado
El enfrentamiento de los dos bandos sigue vigente
Reverdecen afrentas y divisiones cainitas a propósito de acontecimientos ocurridos hace setenta y nueve años. En Noreña retiran un monumento y en Grado levantan otro, ambos referidos al mismo suceso que más valdría haber olvidado y que cabía la esperanza de que fuera olvidado a partir de 1975 por las personas de buena voluntad. Pues tanto el monumento de Noreña como el de Grado evocan la misma guerra pero no a los mismos combatientes. En otros países del mundo a los muertos se los entierra y las guerras se olvidan o pasan a convertirse en acontecimientos históricos. En Gettysburg están entenados unionistas de uniforme azul y confederados de uniforme gris, y sobre unos y otros pronunció Abraham Lincoln palabras de concordia. Nadie se escandaliza porque los que en vida se combatieron, después de la muerte descansen juntos. Pero en España no es así. Aquí se sigue guardando a los muertos con afán reivindicativo y los exhiben como denuncias contra el enemigo. Sigue recorriendo la sombra de Caín la piel de toro, como en el pasado. Por fortuna, los que asistieron a la ceremonia de Grado eran pocos, y para la mayoría de los españoles la guerra civil de 1936-1939 se ha convertido en algo lejano. Pero la guerra civil no habrá terminado mientras se siga creyendo que los muertos propios tenían toda la razón y se arreglen cuentas con los muertos del bando enemigo. Porque lo lamentable de este caso no es que se continúe recordando una guerra civil, sino que se mantengan vigentes los mismos motivos de enfrentamiento, de acuerdo con una mentalidad que convierte a los muertos de Noreña en enemigos y a los muertos de Grado en mártires. Es justo recordar y honrar a los muertos; no es justo recordar la división de España en banderías que los condujo a la muerte.
Después de la guerra civil los vencedores honraron a sus muertos y no permitieron que los vencidos hicieran lo propio con los suyos. Pero ha transcurrido demasiado tiempo desde entonces y no tiene sentido desenterrar pasadas afrentas. Lo razonable sería que si se trata de poner en orden el pasado, se retiraran todos los monumentos mortuorios del régimen anterior pero no se levantaran nuevos monumentos; o bien que se respetaran los monumentos a los caídos nacionales si se quieren levantar monolitos a los muertos del llamado bando republicano. Pero no quitar a unos para poner a otros, no ex-pulsar del callejero a personajes del bando vencedor hace setenta y nueve años para poner en los rótulos a personajes del bando vencido hace los mismos setenta y nueve años. Por otra parte, están las descalificaciones. A los muertos de Noreña alguien los calificó de "fascistas". No todos los que lucharon en el bando nacional eran fascistas como no todos los que lo hicieron en el republicano defendían las libertades. Mal camino es éste. Hasta que la guerra del 36 no sea para los españoles como las guerras púnicas, por mal camino vamos.
La Nueva España ·28 mayo 2015