Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

No hay límites

El entusiasmo por las ciencias del hombre actual, el hombre electrónico e informático

El hombre actual, el hombre electrónico e informático, ha entrado en una fase perfectamente decimonónica o si se quiere, dieciochesca: vuelve el entusiasmo por las ciencias, un poco devaluado por las terribles advertencias que se evidenciaron a lo largo del siglo XX, y así se puede afirmar que "la realidad la construye el hombre", al tiempo que los espacios publicitarios bombardean con productos contra el envejecimiento o se considera meritorio que los octogenarios participen en pruebas atléticas. El paso del "todo está permitido" de Iván Karamazov al "todo es posible" de la secularización tecnológica confirman la aguda apreciación de Chesterton: "Desde que el hombre dejó de creer en Dios, cree en cualquier cosa". El desvalido y absurdo "hombre moderno" se propone creer en la Ciencia como antes creyó en el Paraíso, pero no son lo mismo. La secularización conduce a la angustia por vivir más, ya que no es posible vivir para siempre, y por eso se venden cremas para ocultar las arrugas o se organizan Olimpiadas de minusválidos, como se dice ahora en jerga "políticamente correcta", en las que un cojo corre los cien metros como si estuviera en pleno uso del aparato locomotor o un nonagenario se dispone a escalar un "ocho mil metros", esa denominación novedosa y confianzuda para señalar montañas terribles que hasta ahora fueron morada de la divinidad, de la nieve y de las tempestades.

Todo esto resultaría un poco exagerado, si no estuviera bendecido y alentado por la "industria cultural" y por las "ideas vigentes", de manera que es una expresión excelsa de la "superación personal" en una sociedad donde son necesarios los departamentos de autoestima. Identificados el depone y la salud, el culto al cuerpo y el culto a la fuerza física, o, como decía Croce, "el culto a la actividad como fin en sí misma", vivimos al borde de una sociedad que se dispone a negar el tiempo, porque ella misma "crea la realidad". La glorificación del depone es una consecuencia de la secularización; como escribe Elémire Zolla, "cuanto más totalitario se muestra un gobierno, tanto más fomenta el deporte". Se tiende a proscribir los espacios tradicionales donde la gente se reúne, habla y come (y hasta fuma y bebe), por otros donde solo se suda, como los gimnasios, o solo se mira, como en los estadios. Primero el esfuerzo y luego la ducha, indispensable en los estadios y en los campos de concentración, rápida y colectivista, superación de la bañera, demorada e individual.

Al hombre moderno le ofrecen lo que no existe: el “mundo virtual", la utopía, los productos adelgazantes, los crecepelos. Y como es él quien “crea la realidad", no hay límites ni trabas: los minusválidos son velocistas, los descontentos con su sexo lo cambian a cargo de la seguridad social, los separatistas no quieren ser españoles y las morenas se tiñen de rubio para parecer extranjeras. A cosas parecidas Valle-Inclán las llamaba “esperpentos”.

La Nueva España · 24 agosto 2016