Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mapa literario de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Viaje ilustrado por el Oriente

Asturias fue poco visitada incluso en los siglos XVIII y XIX, en los que se
despertó en la culta Europa la pasión por recorrer países exóticos y estimulantemente atrasados

A Asturias se entra por todos los puntos cardinales: desde los puertos de alta montaña, como Joseph Townsend, y desde los puertos de mar, como los cruzados del Norte que arribaron a Gijón en 1147 y cuya aventura relata don Juan Unía; por el camino de Francia, acompañando al sol los pocos días que se muestra, como los peregrinos a Santiago que seguían la ruta de la costa, desde los confines de Finisterre, como llegó George Borrow vendiendo biblias (en realidad, la versión del Nuevo Testamento del padre Scio). No era Asturias tierra de fácil acceso, como no lo es ahora, por lo que los puntos cardinales más transitados eran el Sur, a través de las montañas, y el Este, cruzando el río Cares-Deva, que la separa de la montaña santanderina. Del Norte. por mar. venían pocos viajeros. y menos aún del Oeste. En realidad, Asturias fue poco visitada incluso en los siglos XVIII y XIX en los que se despertó en «la culta Europa» la pasión por recorrer países exóticos y estimulantemente atrasados. Lord Byron, Beckford, Gautier, etcétera, buscaron Oriente en España y Portugal, el extremo más occidental de Europa: las incoherencias del turismo. No obstante, pocos de estos turistas ilustrados atravesaron la cornisa cantábrica, según Ana Clara Guerrero, por ser Asturias y Santander «zona que por su similitud natural con su país de origen merece menos comentarios». Edward Clarke, en el siglo XVIII, destaca las montañas y los bosques de Asturias; Joseph Townsend la compara en varias ocasiones con Inglaterra, sin que nuestra tierra salga mal parada (salvo la sidra).

A Asturias se acercaron los romanos en busca de oro. No hubo demasiados extranjeros en épocas posteriores. Los viajeros ingleses y franceses, que eran de los pocos ciudadanos que podían permitirse viajar, no encontraron exotismo suficiente para que el viaje resultara rentable. Propongo un viaje que me parece que no se ha realizado nunca (no así en la vecina provincia, sobre la que José María de Cossío escribió sus documentadas «Rutas literarias de la montaña»: el autor es tan «antiguo» que no pudo ser «políticamente conecto» y escribir Cantabria en lugar de la preconstitucional Montaña; ¡qué le vamos a hacer! Un viaje en busca de nuestros escritores. Como disponemos de menos espacio que Cossío, nuestro recorrido será más rápido: procuraremos, no obstante, que no falte ningún autor principal. Para evitar las suspicacias inevitables, excluiremos a autores vivos. Suficiente suerte tienen con estar vivos.

La línea de separación entre la Montaña y Asturias la traza el río Deva y va desde las montañas al mar Cantábrico. La Horcadura del Canto, al norte de Tresviso y a 1.268 metros sobre el nivel del mar, ya pertenece a Asturias. lo mismo que aproximadamente la mitad del desfiladero de la Hermida, que don Benito Pérez Galdós propone que se le llame «esófago» en lugar de «garganta», «porque al pasarlo se siente uno tragado por la tierra». El desfiladero, la garganta o el esófago (como se prefiera) acaba poco antes de llegar a Panes, la capital de la Peñamellera Baja, desde donde se puede descender hasta la costa o continuar entre montañas en dirección a Cabrales, hasta la desviación a la derecha que sube a Alles, la capital de la Peñamellera Alta. Es un pueblo que sorprende desde la lejanía, situado en la cima de una montaña y sobre cuyo caserío destaca la monumentalidad de una gran iglesia de finales del siglo XVIII. Otras casas de piedra de aspecto palaciego y algunas con galerías de cristaleras edificadas por indianos a comienzos del siglo pasado otorgan a Alles un aspecto singular y extraño: tales construcciones suntuosas (por así decirlo) es lo que menos espera encontrar el viajero o visitante en lo alto de una montaña. También se conservan las ruinas de la iglesia de San Pedro de Plecín, con una buena portada con capiteles. perteneciente al románico tardío.

En Alles nació en 1693 don José del Campillo y Cossío: con él se inaugura la ilustre galería de los ilustrados asturianos, entre los que destacan como cumbres el marqués de Santa Cruz de Marcenado. Campomanes y Jovellanos. Antes que todos ellos fue Campillo, quien, al igual que Campomanes, ocupó altísimos cargos en el Gobierno de la nación: llegó a ser ministro universal de Felipe V. A diferencia de Jovellmos, cuyo breve paso por el Gobierno sólo le permitió ser un ilustrado teórico. Campillo fue teórico y gobernante, y el más teórico junto con Jovellanos. La profesora Mateos Dorado, editora de algunas de sus obras, observa que Campillo, cuando nació, no era asturiano, ya que Aller era un lugar de realengo del valle de Cueto de Arriba, perteneciente al partido de Laredo, en la provincia de Burgos, del Reino de Castilla la Vieja. En lo eclesiástico dependía del Obispado de Oviedo, y en 1833, con motivo de la reforma administrativa de Javier de Burgos, Peñamellera pasa a ser Asturias. «Así, encontramos que Campillo se convierte en asturiano más de un siglo después de un nacimiento», comenta Mateas Dorado.

Campillo vivió muy poco tiempo en Alles, sólo los primeros años, y allí cursó los estudios elementales, ya que existía una buena escuela de latinidad. Aquel rincón tan apartado había sido cantera de inquisidores, con destino en Logroño los más de ellos. Muy joven, Campillo abandonó la montaña natal para no regresar a ella: lo mismo que Alonso de Quintanilla, de Paderni, al lado de Oviedo y de quien decía Antonio de Nebrija que parecía mentira que una tierra tan oscura como la de Asturias hubiera sido la patria de un hombre tan brillante; o el dramaturgo Francisco Bances Candamo, nacido en Sabugo (Avilés).

Campillo, nuestro primer ilustrado en el orden cronológico, es de los primeros en el intelectual. Escribió mucho, seguramente robándole horas al sueño. El interés de algunos de sus libros es histórico y documental; otros son tan actuales, útiles y dignos de ser leídos y meditados como algunos escritos de Jovellanos. Entre estos destacan «Lo que hay de más y menos en España» y «España despierta». En la España del siglo XVIII, como en la de ahora, sobraban muchas cosas y faltaban muchas más. Sobraban jueces y faltaba justicia, faltaban navíos y sobraban ociosos, faltaba trigo y sobraban hurtos, sobraban tributos y faltaba gobierno. En la cuestión tributaria, por ejemplo, «cargando lo menos a los que debían imponer lo más, queda esto para el pobre». Y faltando virtud, el vicio estaba generalizado, «La justicia se halla desfigurada», estando «los vicios en el puto tan alto en que los vemos». Campillo no sólo era un ilustrado y un hacendista: era un moralista.

De Panes, por una carretera de montaña que pasa por Ruenes, Rozagás y Arangas se sale a Arenas de Cabrales, y ya en la carretera regional, una desviación en el alto de La Rebolleda, más propiamente de Llamargón, se desciende a Posada, y de allí, pasando ante el templo románico de San Antolín de Bedón, se llega a Nueva, de donde era oriundo Gumersindo Laverde, que escribió poco pero incitó a Menéndez Pelayo, que escribió mucho. Más adelante, en una desviación al Norte, se encuentra la parroquia de Pría: en el lugar de La Pesa, al lado de la iglesia, nació Pepín de Pría, «el Mistral del hable», el delicado poeta de «Nel y Flor» y «La fonte de Caí».

Continuando por el interior se atraviesan el concejo de Onís y Corao, de cuya iglesia de Abamia dejó Ambrosio de Morales una descripción épica, pues vio el templo rodeado por las lanzas de los montañeses como si se tratara del campamento de Don Pelayo.

La Nueva España · 7 julio 2013