Ignacio Gracia Noriega
La línea del mar
En las costas occidentales se desarrolló una literatura marinera más numerosa que en el resto de la región y en la que destacan Casariego y Arias Campoamor
«El capitán Cadavedo» es una extensa novela de aventuras marineras escrita por D. José de Arnao y Bernal y publicada en Cádiz en 1882, a cuya reedición facsimilar J. E. Casariego puso un vigoroso prólogo en el que se refiere muy secundariamente a la novela pero donde se las ingenia para publicar parte de su poema heroico «Mares y veleros de España». Tiene razón cuando afirma que si la novela hubiera sido inglesa habría tenido más éxito y califica a su olvido de «antipatriótico». El protagonista de la novela es de la Concha de Artedo, donde se desarrollan algunos de sus episodios. No sé si la habrá leído Baroja, pero las coincidencias con «Las inquietudes de Shanti Andia» se perciben con claridad. Naturalmente, Baroja es mucho mejor narrador que Arnao y Bernal, pero éste, comandante de infantería de Marina, estaba más familiarizado con el mar y sus «pilotos de altura».
Al oeste de la Concha de Artedo, ya en tierras de Luarca, se encuentra Cadavedo rodeado de mar, de donde era el padre Galo Fernández, más conocido por «Fernán Coronas», poeta de la «Ilingua» de extraordinaria hondura y versatilidad, y español ante todo (lo apunto por quienes entienden las peculiaridades lingüísticas corno oportunidad para la desunión), que al dar su ¡vivaEs-paña! lo daba a sus provincias (Vasconia, Cataluña, Galicia, «Castiella» y Asturias, «la mi Asturias»). Cantó las flores, el «cuquiellu», «la casina vieya», la tarde gris, la salida del sol, la procesión de estrellas, los «páxarus marinos», el domingo por la mañana, la hoja muerta, el agua que baja cantando, glosó a San Agustín y tradujo a Goethe. También cantó, cómo no, al mar: «Fuxiere mar adientru / yo bien quedría». Junto con el oriental Pepín de Pria y el central Teodoro Cuesta, el occidental P. Galo es la cumbre poética del bable.
Por estas costas occidentales se desarrolló una literatura marinera más numerosa que en el resto de la región, cuyas tradiciones marineras, incluso ahora, son tan evidentes. Quedan atrás los versos épicos y sentimentales de lineal, la recreación stevensoniana de «La verdadera historia de la Isla del Tesoro» de Oscar Muñiz y el prestigio de «José», la novela de Palacio Valdés que junto con «Sotileza» de Pereda, describe la vida y las vicisitudes de los marineros de bajura del Cantábrico. Y más adelante tenemos «El mayorazgo navegante» de J. E. Casariego, «una historia romántica de pasiones, de mares y de fantasmas», en la que resuenan ecos de la «Sonata de otoño» de Valle-Inclán, y «La fragata rebelde» de José E. Arias Campoamor, a la manera de «El acorazado Potemkin». Sobre esta larga costa se escalonan los extensos concejos de Luarca, Tineo y Cangas del Narcea. El nombre de Luarca lo llevó hasta China el aventurero Miguel de Luarca, uno de los primeros europeos que penetraron en el enorme y enigmático reino en 1575 y sobre el que escribió la «Verdadera relación de la grandeza del reino de China»: grandeza intuida, pues en relación con la inmensidad del país, el luarqués se apartó poco de la costa. En algunos aspectos recuerda la relación de Marco Polo. Bien es cierto que si ambos recorrieron el mismo país, aunque el veneciano lo hizo desde el oeste y el luarqués entrando por el Este, habrán visto cosas parecidas.
En Luarca nace Luis Portal (1898-1931), que, de haber sido francés, habría sido un autor decadente y delicuescente, a la manera de Jean Lorrain y otros por el estilo (M.° Elvira Muñiz lo compara con Proust: una exageración). Portal, como Proust, era rico por su casa, sintió la atracción de París como si fuera un argentino y murió de una enfermedad muy literaria: tuberculosis. Sus «Cuentos de pecado y edificación» proclaman el aroma de época desde el título; la novela «Ataraxia», subtitulada «Borrador de novela introspectiva», es curiosa, y tal vez tenga interés para los aficionados a leer novelas en las que no pasa nada.
Antonio García Miñor tiene una cuidada obra de «escritor total»: escribió novelas, poesía, teatro, cuentos y narraciones cortas, artículos periodísticos, estudios sobre pintores y libros de viajes y gastronomía, además de una ambiciosa trilogía sobre su villa natal compuesta por «El barrio de pescadores», «Biografía del Río Negro» y «Entre el Funier y el Alfayao», aunque su mejor novela es La casona del cuartel viejo», de inconfundible tono barojiano.
En Luarca nació accidentalmente el poeta Emilio Pola (1915-1967), modernista tardío, que pulsó notas y entonó músicas de Verlaine y Rubén Darío y escribió breves textos en hermosa prosa. Su vida, sin salir nunca de Asturias, se desarrolló en el otro extremo de la región.
Severo Ochoa, premio Nobel de Medicina, escribió ocasionalmente con prosa digna artículos sobre asuntos diversos, evocaciones de maestros y científicos amigos y un par de denuncias sobre el abandono de la ermita de San Antonio de la Florida, recorridas por una indignación casi noventayochista.
Jesús Evaristo Casariego, señor de la Barcellina, «frente a la mar de España», a pesar de su luarquismo militante, no era de Luarca, sino de Tineo, y desde su casona famosa no se veía la mar. Casariego era una potencia de la Naturaleza, de obra desmesurada, en prosa y verso, que abarcó todos los géneros, salvo el teatro, destacando en el panfleto, el alegato y la mixtificación, a la que concedió rango de literario: mas su obra maestra fue él mismo, hidalgo guerrero y cazador, tradicionalista a ultranza que llamaba a los Borbones usurpadores y a los ingleses herejes, y sobre quien Agustín de Foxá escribió con acierto y conocimiento de causa:
Tú debiste ser un noble cazador de la montaña
de otro tiempo; asar un oso en el fuego de tu hogar
gobelinos de hilo de oro en tu tienda de campaña
y tener un mayorazgo navegante sobre el mar.
No se adaptó a su tiempo ni logró que su tiempo se adaptara a él.
También de Tineo eran el cronista de Indias Gonzalo Solís de Merás, según González Posada sobrino en segundo grado de Garci Fernández de Tineo, que mató al pirata Barba Roja, autor de «Memorial de todas las jornadas del Adelantado y conquista de la Florida», primera biografía de Pedro Menéndez de Avilés y José Rodríguez Pérez, conde Campomanes, nacido en Sorriba, en 1723. Fue el ilustrado asturiano, junto con Campillo, que más altos cargos ocupó en la gobernación de España, y polígrafo e historiador, adelantado en los estudios sobre los templarios y autor del «Tratado de la regalía de amortización» (1765), de gran trascendencia política futura.
Carlos González Posada menciona como natural de Cangas de Tineo al comediógrafo Silvestre Collar y Castro, autor de «La conquista de Méjico», «El Jerjes», «Pastora por amor» y «La Artemisa». El P. Luis Alfonso de Carvallo, nacido en el barrio de Entrambasaguas de Cangas de Tineo, hoy de Narcea, es por la vía de la historiografía y de la preceptiva retórica nuestro escritor clásico más importante, como Bances Candarno lo fue en el teatro. Sus «Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias», escritas en prosa desenvuelta, ponen por primera vez en circulación el lema «Asturias, paraíso natural», ya que según él Asturias era el reino de la abundancia que evidentemente no era. El libro se lee con agrado a pesar e sus exageraciones. Y en el siglo XX. Ale-jandro Casona, de Besullo, escribió un teatro de una cursilería bronca y atroz, de maestro de escuela, que a mediados del pasado siglo tuvo éxito internacional y que de ser representado ahora produciría sonrojo. Su tragedia asturiana «La dama del alba» es una mezcla de Maeterlinck y folclore de la Sección Femenina, aunque nos consta que fue escrita en el exilio, del que regresó, a pesar de sus reticencias, para ser un dramaturgo admirado por la mujer de Franco.
La Nueva España · 1 septiembre 2013