Ignacio Gracia Noriega
Abándames
Peñamellera Baja es famosa por la pesca de sus ríos; pero no sólo de peces viven los peñamelleranos, aún cuando para qué ponderar las excelencias de truchas y salmones. Pues como escribe Juan del Cuera: «No solamente la pesca es el atractivo turístico de la Peñamellera Baja, la abundancia de cazaderos de jabalí, perdiz parda, paloma torcaz, liebres, tejón y hasta el mítico urogallo hacen de la zona un auténtico paraíso cinegético». Y también está la montaña, como bien apunta Juan del Cuera: «Las vistas panorámicas son asombrosamente bellas y desde el Pico de las Torres podrá admirarse en toda su extensión el Macizo Central de los Picos de Europa, la silueta sorprendente de la costa y todo el sistema montañoso de las Asturias de Santillana».
De modo que dejamos Panes atrás y cruzamos el puente, que fue destruido por las «hordas rojas» y reconstruido por «la España nacional». No es raro ver saltar una trucha, ni tampoco, a lo largo de la ribera, pescadores de caña, con sus altas botas de goma y su paciencia que sería franciscana sino fuera porque el pobrecito de Asís con toda seguridad reprobaría la pesca. A esta orilla del río, margen izquierda del Cares-Deva, ya está Asturias entera, que sin embargo no lo es más que el pequeño enclave incrustado en tierras santanderinas (me niego a escribir «cántabras», porque cántabras lo son todas las tierras que baña el Cantábrico, hasta las de Galicia), de Potes y los pueblos de los alrededores. En primer término tenemos Siejo; subiendo, Alevia. Y Alevia, al final de esta carretera empinada, es una sorpresa. En primer lugar está la torre, al lado de la ermita de San Antonio, dominando el río, el valle y las montañas, pero a la torre se la ve desde casi todas partes. Lo que hay que subir a Alevia para verlo, porque si no se ve, no se cree, son los palacetes que levantaron los indianos, dignos de la calle principal de la más principal de las ciudades.
Las buenas casas abundan en las Peñamelleras, tanto de indianos como las más antiguas, sobrias y blasonadas de la nobleza rural: una nobleza rural tan pegada a su tierra que construía sobre ella su casa solariega, y colocaba su escudo sobre la fachada principal. Mas para contemplar estos restos del pasado, nada mejor que ir a Abándames, donde, entre otras muchas, está la casa de Palenque, señorial y sobria, con su puerta de arcos que expresa riqueza y poderío; o la de Cosio, cuyas piedras son toda una evocación de antigüedad; o la más rústica de Socueto, con su corredor amplio entre dos cortafuegos y sostenido por tres columnas. Y junto a estas casas, las casas de los indianos, inevitables. De Abándarnes escribe Saro y Rojas: «Es Abándames pueblo antiguo, lo que bien indica su caserío, sus grandes y arqueadas puertas, sus aparatosos escudos de armas en las fachadas».
En tiempos fue Abándames la capital del concejo, y Madoz anota que tenía casa consistorial, cárcel y escuela de instrucción primaria, a la que concurrían 34 niños y 14 niñas. Pero ni la casa del Ayuntamiento ni la iglesia merecieron la aprobación de Saro y Rojas, que sentía preferencias por Panes y quería verla convertida en la capital municipal; así, comenta: «En la iglesia de Abándames sólo se advierte que hay quién la cuide y se esmere por su aseo. La casa de Ayuntamiento vale poco». Hoy como hace cien años, la persona que cuida la Iglesia, aunque no sea la misma, sigue esmerándose por ella. Inicialmente era románica, aunque de ese período sólo quedan cuatro ménsulas de apoyo a la bóveda de arista de la cabecera, y fue reconstruida en 1846, a costa de los envíos hechos desde América por los hijos del pueblo, y nuevamente después de la guerra civil. En el pórtico, un azulejo representa a la Virgen de Guadalupe: pero hay más azulejos, y éstos de carácter religioso y profano, pues si otro representa a la Virgen de Covadonga, los demás reproducen cuatro escenas diferentes del Quijote y a una pareja ataviada con el traje típico de Salamanca, que uno, la verdad, no sabe qué bailan allí.
A Abándames pertenece el pozo de Monejo, el más rico de salmón de todo el río, que se forma en la confluencia del Cares con el Deva.
A la misma ladera de Abándames, pero más adelante, están Cerébanes y Cabandi, y enfrente Robriguero, y en la ladera verde del Pico de Peñamellera vemos las casas de Bores, de buena piedra y alguna de aspecto señorial. Desde Abándames se sube al Pico del Paisano, que se recuesta en el Cuera y domina el valle.
José Ignacio Gracia Noriega. Cronista Oficial de Llanes
Entre el mar y las montañas, recorridos por la comarca oriental de Asturias
Económicos-Easa, Oviedo 1988, páginas 27-29