Ignacio Gracia Noriega
Peña Tú
Esta tierra es también de enigmas, y el mayor de ellos es el del ídolo de Peña Tú. Tenemos, en primer lugar, el nombre. ¿Qué quiere decir Peña Tú? ¿Es «peñatu», como escribe Gómez Tabanera, es una peña llamada efectivamente «Tú», es Peñatún o Peña Atuna, como aventuran algunos, porque vista desde el mar puede recordar a un atún, lo que ya es mucho imaginar? El peñasco es demasiado pequeño para ser una «peña», si tenemos en cuenta Peña Santa y Peña Blanca, por lo que es plausible el despectivo «peñatu», es decir, peñasco que no llega a ser peña. De todos modos, el otro nombre, la Cabeza del Gentil, con el que se le conoce también en la comarca, es más sugerente.
El lugar era conocido desde antiguo, y se dice que don José Posada Herrera tenía una fotografía de él. Sin embargo, nadie se ocupó de estudiarlo hasta que en 1912 lo visitan Eduardo Hernández Pacheco y D. Vega, acompañados por el Conde de la Vega del Sella. De esta visita surge un trabajo publicado por Hernández Pacheco en colaboración con Vega de Sella y J. Cabré, en 1914. José Fernández Menéndez, párroco de Vidiago y arqueólogo aficionado, continuó investigando en torno al ídolo; pero el hecho de que en Europa se estuviera desarrollando la Gran Guerra [103] impidió que estos trabajos tuvieran la debida difusión. Posteriormente, Peña Tú empezó a ser conocido por los científicos, y luego acabó popularizándose; y, lo que respetaron los milenios, fue profanado y deteriorado en menos de setenta años. Los buscadores de tesoros merodearon por los alrededores, pues se suponía que el peñatu era una ayalga; y los «gamberros», como don Fernando Carrera los llama, y con razón, grabaron nombres y cruces en la piedra, e incluso lo emplearon como blanco para hacer disparos con armas de fuego. En la actualidad, una verja lo protege a medias del salvajismo.
A Peña Tú se entra por Puertas de Vidiago, en una desviación que hay a la derecha de la carretera, en dirección a Santander. El ídolo está casi en lo alto, entre árboles, de la sierra plana de La Borbolla. El camino es malo; pero tal vez no merezca la pena mejorarlo, con lo que tan sólo subirán a Peña Tú aquellos que estén interesados. Según se asciende, la mar aparece por encima de las copas de los eucaliptos; y al lado del mar está la sierra plana de Cué, con el pueblo de Andrín recostado en la ladera, alegre y solana. Esta sierra fue campo de aviación, y el piloto alemán Galland la describe en sus memorias como una inmensa plataforma sobre el mar. Más cercanos, casi bajo los pies de quien asciende, están los pueblos de la zona: Puertas, partido en dos por la carretera; Vidiago al Norte, casi asomándose al mar: aquí vio José Zorrilla el bufón que canta en «La Canción del Romero»; y, más hacia Oriente, Pendueles y Buelna.
El sendero se encrespa en los últimos repechos. Hay pinos y eucaliptos y helechos; y, finalmente, al doblar una curva, aparece imponente, silencioso, hierático, el ídolo. A mi me recuerda una seta enorme; [104] Gustavo Bueno jr. opina que los enigmáticos dibujos, representan un mapa.
Pero lo que no ofrece lugar a dudas es la majestuosidad del paisaje. Abajo, el río Purón corta en dos la sierra: al otro lado está la de Purón, a este la de La Borbolla, como hemos dicho. Al Norte tenemos el mar, al Sur las poderosas estribaciones del Cuera, y el Valle Oscuro. Y hacia el ocaso se suceden pueblos, colinas, bosques. A Peña Tú lo cantaron los poetas, Emilio Pola entre otros, con versos en los que resuenan ecos del «Cementerio marino», de Paul Valery: a fin de cuentas, también se dice que el ídolo encubre un monumento funerario:
Peña Tu, Peña Tun, Peña Tuna,
y cómo te encaramas entre pinos
–ayer entre abedules, mimbres, robles–
cogiendo brisas.
Luis Diez Tejón describe el lugar en su libro «Esta tierra en que nacimos»: «El ídolo de halla en un menhir de extraña silueta, tal vez el peñatu cuya inapropiada transcripción gráfica dio lugar al nombre actual, que se alza como una ofrenda a un dios sumamente riguroso sobre el inmenso altar que forma la sierra plana de La Borbolla. Más arriba no hay nada, más abajo está la tierra, abarcable, generosamente entregada, la tierra extendida y abierta como un examen de conciencia; la tierra que engendró a los hijos que levantaron el ídolo y que recibió su culto como una Diosa Madre; la tierra cantábrica, asturiana, llanisca. El caminante se acerca a la verja que protege el conjunto. La figura está tallada en la roca caliza, bajo un dosel de piedra a modo de capilla natural. Es un dibujo difícil, policromado en rojo, dicen que la primera [105] pintura al aire libre que se conoce (hacia 1900 a.c.). La forma es de estela; el rostro son dos círculos y una raya; el cuerpo, sólo líneas paralelas. Parece ser que se trata de una divinidad de culto desconocido, vestida con traje de ceremonia, una Diosa-Tierra propia de los pueblos agricultores. Hay, quien opina que es más bien una representación de carácter funerario relacionada con la necrópolis tumular de Vidiago. Otros afirman que no hay que afirmar nada, pues nada se sabe».
Esta figura está en la cara sudeste. Si es un rostro, la nariz está representada por una raya vertical y los ojos por dos círculos. Sobre ella, puede haber una aureola de rayos solares. A su izquierda hay una representación extraña: puede ser un puñal o un enterramiento. Y más a la izquierda y en la parte inferior aparecen ocho figuras pintadas en ocre rojo acaso empeñadas en una danza ritual; la más alejada del ídolo lleva un bastón en la mano derecha, por lo que se imaginó que era el jefe o el director de la danza. Emilio Pola veía en estas figuras una representación arcaica de la danza del pericote.
Según Fernando Carrera, la figura principal representa «la divinidad protectora de los muertos, ídolo con las vestiduras sagradas», y los hombrecillos hacen una danza ritual de carácter funerario porque «todos están en actitud de danzar». Sin embargo, lo que algunos interpretan como un báculo, que le confiere a la figura más a la izquierda la condición de director de la danza, en opinión de Carrera es otro hombrecillo, que está medio borrado.
Otros opinan que la figura es la misteriosa Diosa de los Ojos, divinidad fúnebre y lunar. En las proximidades del ídolo, ya en lo alto de la sierra, aparecieron treinta y, seis túmulos, todos ellos profanados, que [106] encerraban en su interior cistas o cofres de piedra, semejantes a los que se descubrieron en la meseta del Valle de San Jorge.
«Durante miles de años –escribe Carrera–, el hombre contempló su mole ingente, sobre la cumbre de una montaña, sin encontrarle adecuado empleo. Al fin, entrando ya en el período de los metales –eneolítico– fue cuando los habitantes de estos valles se percataron de que ante ellos tenían un soberbio monumento funerario». Pero, como escribe Gómez Tabanera, la verja que guarece el panel rupestre del Peñatu sólo le protege, hasta cierto punto, de los destrozos que pudieran causar los visitantes, pero no de la erosión y efoliación naturales, ni de los riesgos que para él suponen la repoblación forestal de la zona.
José Ignacio Gracia Noriega. Cronista Oficial de Llanes
Entre el mar y las montañas, recorridos por la comarca oriental de Asturias
Económicos-Easa, Oviedo 1988, páginas 102-106