Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entre el mar y las montañas

Ignacio Gracia Noriega

El paseo de San Pedro

Es el punto de referencia natural inevitable en la villa de Llanes, aunque desde el alto de Tieves, al Sur, una vez pasadas las vías del ferrocarril, tal vez se ofrezca una perspectiva urbana más precisa; pero desde San Pedro es más completa, porque la villa aparece perfectamente enmarcada en su grandioso contorno de mar y de montañas. Para Manuel de Foronda, «lo grandioso del espectáculo que la naturaleza nos ofrece recompensa sobradamente lo largo del viaje, lo áspero de la subida y la escasez de cómodos asientos, desde los cuales podamos contemplar el vasto panorama que se presenta a nuestra vista».

No es para tanto: ni la subida es tan áspera (aunque lo es más si se sube desde el Sablón que si se va por la amplia avenida del Asilo, que se llama precisamente de San Pedro), ni carece tan por completo de asientos, y no digo ahora: Jovellanos, viajero hipercrítico, y de absoluta insensibilidad hacia el paisaje, anota en sus «Diarios», con entrada de 25 de septiembre de 1790: «Mirador sobre el mar, del cual se descubre a la derecha la punta de Santander y a la izquierda la de Lastres; el canapé nuevo de dos caras se fabricó en el año anterior». Esto último obedece sin duda a un error o a una inadvertencia, ya que en el [119] copete del mencionado canapé de piedra figura grabada la fecha 1720.

De todos modos, el paseo de San Pedro, desde Foronda acá, ha perdido parte de su agreste belleza, aunque haya ganado en extensión, prolongándose en dirección a la Talá, finca en la que hay, como su nombre indica, una antigua atalaya. Otra atalaya, en el paseo, avisaba de la presencia de ballenas o de velas vikingas o inglesas sobre el horizonte, y ahora es un mirador. En una elevación rocosa, a su lado, se abre la cueva del Taleru, que Ángel Pola quiere derivar de llatalayero» o «talayero».

En este lugar, el visitante, si mira hacia el Norte, tiene ante sí el vasto horizonte marino, aunque algo menos dilatado que el que supuso Jovellanos: la vista va desde el castro de Póo hasta la punta de Suances, que puede verse en días despejados. Mirando hacia la tierra, el territorio de Llanes se presenta escalonadamente: en primer término, la villa, con su muralla medieval, la majestuosa ruina del palacio de Duque de Estrada, la torre de la Basílica, cuadrada y fuerte, y el redondo torreón. Debajo está la playa del Sablón, pequeña y encajonada entre las rocas, con lo que se toma el aspecto de una piscina, y detrás de la ciudad medieval se advierte la zona moderna y modernista, con las galerías de cristalera y las cúpulas de las casas de los indianos, y al oeste, los feísimos bloques de viviendas para veraneantes, parecidos a cajas de zapatos. Más allá del casco urbano están los bosques y las colinas, la cuesta del Cristo, con su ermita y arbolado, adosada a la cuesta de Cué, larga y plana, y, en primer término, el alto con la capilla de la Guía, casi sobre el mar y con sus dos torrecitas almenadas, que le dan un vago aspecto militar. La torre de la iglesia [120] de Cué destaca debajo de su cuesta, y encima de ésta se eleva el impresionante murallón de la Muezca o Texeu precedido del totémico Pico de Soberrón, en cuyo interior vive una mora encantada que custodia un tesoro; y se dice en la comarca que cuando baja la niebla, no es niebla, sino el humo de los hornos de la mora, que está cociendo el pan; y a su derecha vemos las Mañangas, pardos contrafuertes de la montaña que, como un antiquísimo oleaje geológico, llegan hasta la falda del Mazucu; y por detrás y paralela se asoma, imponiéndose por su majestad y altura, la sierra del Cuera, cuya cumbre más alta es el Pico Turbina, y descendiendo un poco hacia el Este, el Liño, que recuerda desde Llanes a una pirámide; y el Jorcón de Moreda, por cuyas grandes laderas suben hayas gigantescas que se ven perfectamente desde la villa en días de nevada. Pero esta sierra no culmina el monte, sino que es la antesala de los Picos de Europa: desde el Pico de Soberrón hasta los límites al Sur de los Picos (que en León llaman las Torres o la Peña), se extiende este mar de montañas que parecen surgir directamente del mar. Quien llega de la meseta no está acostumbrado a pensar en estas proporciones casi infinitas de montañas sin término: primero, la Muezca, luego el Cuera, luego, los Picos: y entre Llanes y el Naranjo de Bulnes a 2.519 metros de altura, hay una distancia de 12 kilómetros. La distancia más corta entre dos puntos es la recta, pero como diría Víctor de la Serna, desde aquí, quién la sigue, compañero.

Dicen que fenómeno como éste de los Picos de Europa no lo hay en el mundo: grandes montes tan cerca del mar. Los marineros de Llanes se guían por el Naranjo, al que llaman el Hijo, cuando están en alta mar, y por el Niño, que es el Padre: como está más [121] cercano, les parece mayor. Cuando el Padre y, el Hijo se colocan en la misma línea, los marineros saben que en ese punto se encuentra la bocana del puerto de Llanes. Montes de más de dos mil metros son las boyas que declaran a los marineros su posición: ¡qué «amers» para que los cantara Saint-John Perse! En el nacimiento de las Montañas Rocosas parece que sucede algo parecido: grandes montañas que surgen imponentes al lado del mar.

Pero aunque desde el paseo de San Pedro se ve mucha montaña, es un lugar fundamentalmente marino, y él mismo desciende entre las rocas trabajadas por el oleaje y por los vientos hasta hundirse en las aguas en el lugar conocido por la Punta del Guruñu.

Emilio Pola canta de este modo a este portentoso espectáculo paisajístico:

Avanzado pavés contra el coraje
del Cantábrico mar, que en alba espuma
agita resalseros, teje bruma
o plácido se esfuma en breve encaje;
tal parece el señor de este paisaje,
paseo de San Pedro, limpia suma
de armonías que peina con su pluma
la gaviota feliz tras el arguaje.
Sotos, lomas, alcores, praderales,
río y villa en ensueño, y el castillo
que de hiedra triunfante se atavía;
y más lejos, del Cuera los riscales,
y cerrando el confín como un anillo,
el hondo mar azul... la lejanía...

José Ignacio Gracia Noriega. Cronista Oficial de Llanes
Entre el mar y las montañas, recorridos por la comarca oriental de Asturias
Económicos-Easa, Oviedo 1988, páginas 118-121