Ignacio Gracia Noriega
Capilla de Santa Cruz
Entramos ahora en Cangas de Onís por la carretera de Arriondas, desde donde se aprecian buenas vistas de los Picos de Europa, y, por una calle a la izquierda vamos a la vega de Contranquil, en la margen derecha del río, «que hoy es Cangas mismo», como describe Lueje. En esta zona o barrio hay edificios de moderna hechura, el centro de enseñanza y un campo deportivo, pero lo más notable es, por supuesto, el más diminutivo y viejo de los edificios: la Capilla de Santa Cruz, donde se guardó durante un tiempo la Cruz de roble que había sido el signo de batalla de Pelayo y que Alfonso III, revistiéndola de oro y pedrería, convirtió en la Cruz de la Victoria, escudo de Asturias y que, a partir de su traslado a la Catedral de Oviedo, sufrió diversos percances, siendo el más grave el que padeció a manos de un ladrón, junto con la Cruz de los Angeles, en tiempos recientes.
La iglesia se edificó sobre un dolmen que se conserva en su interior, en un sótano abierto desde arriba y fue consagrada al culto por el obispo Astemo el domingo 27 de octubre del año 737, por decisión del rey Favila: no lejos, atravesando los prados de Archivil, en el monte Ollicio, está la cueva donde, según la tradición, el famoso oso mató al desdichado rey, dos años [200] más tarde.
El interior de la ermita, con el pozo abierto sobre el dolmen, es diminuto. La cripta es sombría y misteriosa, y la construcción dolménica tiene pinturas parietales «designificación desconocida», según Magín Berenguer. La capilla fue destruida en agosto de 1936, y sobre los restos del dolmen se edificó un nuevo templo con escalinata y pórtico, de aspecto románico y piedra de sillería.
La ermita padeció diversas transformaciones, y Foronda, que la visitó en su itinerario «De Llanes a Covadonga», encuentra que «actualmente la ermita carece de importancia artística, porque sin duda ha sido renovada, tal vez desde sus cimientos, hará aproximadamente unos dos siglos; como lo demuestra la fecha de 1632 que se observa en el arranque de los capiteles de las pilastras del arco toral». Caunedo, que la visitó antes, recoge la leyenda de una batalla en esa vega, en conmemoración de la cual se edificó la capilla: «Este lugar de tan gloriosos recuerdos fue donde Favila quiso dejar la única memoria que nos resta de su fugaz existencia, construyendo en la confluencia de los ríos Sella y Güeña y sobre la cúspide de un túmulo celta, la Iglesia de Santa Cruz, en la que depositó la de roble que sirviera de enseña de guerra a su esclarecido padre. «Era de pulidos sillares y de maravillosa hechura», como dicen las crónicas antiguas, aunque de muy breves dimensiones, y tenía otra subterránea. Sin duda sufrió Santa Cruz varias restauraciones; mas la última, hecha en 1637 por Fernando de Estrada y su esposa, doña Marquesa Valdés, que habían venido a ser sus dueños, destruyó todos los vestigios de la primitiva, a excepción de la inscripción votiva de Favila, célebre por ser la más antigua que en España se [201] conserva desde la irrupción de los árabes». Anteriormente, el P. Luis Alfonso de Carballo dice de ella que «no es más que un humilladero o capilla de sillería de ocho pies de largo y ocho de ancho, que yo la medí, y después se le ha arrimado el cuerpo de la iglesia que tiene, porque no es de la traza de aquellos tiempos. Puso Favila, como por trofeo la cruz de roble que traía su padre por bandera, dedicando la misma iglesia a la exaltación de la cruz, cuyo título conserva hoy por un día, aunque aquella cruz que Favila puso en ella fue después llevada a la Cámara Santa de Oviedo, donde está como se dirá en su tiempo».
Fr. Prudencio de Sandoval, en la «Crónica de los cinco Obispos», se refiere a la fundación de la capilla: «Ermita que fundó don Favila y donde se acaba la vega de Santa Cruz, en que los de la vega cuentan haberse dado crueles batallas entre moros y cristianos en vida del rey D. Pelayo y en memoria de ellas y, para recoger los huesos de cristianos que en estos encuentros murieron y porque el rey D. Pelayo el día de una gran rota vio una cruz en el aire de color de sangre, edificaron el rey D. Favila y su mujer Froiluba la ermita que digo de Santa Cruz. Sobre un montecillo que parece hecho a manos donde se recogieron los cuerpos de los cristianos que murieron en estas batallas N, les dieron tierra; la fundación de esta iglesia, dice una piedra que se puso sobre el arco que es de la capillita... que es Era DCCLXXVI».
Según Antonio C. Floriano, en su «Restauración del culto cristiano en Asturias en la iniciación de la Reconquista», es «el primer templo cristiano que se elevó en Asturias y en España entera después de la invasión de España por el Islam. Era una iglesita humilde, pequeñísima, elevada sobre el montículo de un [202] sepulcro megalítico, con su planta de cruz, según la tradición visigótica (demonstrans figuraliter signaculum alme Crucis) y, sin embargo, tenía toda la grandeza de esas afirmaciones prístinas de la pervivencia de los más grandes pensamientos». Por su parte, Francisco J. Fernández Conde añade en su libro «La Iglesia de Asturias en la Alta Edad Media» que «la inscripción conmemorativa de la misma constituye el primer monumento literario de la Reconquista-: esos «encantadores hexámetros de la inscripción de Cangas», a los que se refiere Floriano.
Según el Conde de la Vega del Sella, «no sería inverosímil que el Rey Favila hubiese sido enterrado en el dolmen de Santa Cruz, como cuentan la tradición y algunos historiadores, así como que el infante D. Pelayo lo hubiese sido en las inmediaciones del dolmen que existe al lado de la iglesia de Abamia».
¿Es pura coincidencia esta relación fúnebre entre los dos primeros Reyes de la Monarquía asturiana y los enterramientos megalíticos? La capilla de la Santa Cruz se erigió, como era uso en aquella época, sobre un monumento pagano, con el objeto de cristianizarle: pero también se elevó como el primer templo cristiano, que se elevaba en las montañas de Asturias como un muro contra el Islam. ¿Significa esto que los cristianos buscaban la alianza con los antiguos dioses del fuego, de las aguas, de los bosques y del muérdago para hacer un frente común contra los invasores musulmanes?
José Ignacio Gracia Noriega. Cronista Oficial de Llanes
Entre el mar y las montañas, recorridos por la comarca oriental de Asturias
Económicos-Easa, Oviedo 1988, páginas 199-202