Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

El enrame

Según escriben Ángel González Palencia y Eugenio Mele en su estudio sobre «La maya» (1944), entre las costumbres antiguas relacionadas con la llegada de la primavera está la de «trasladarse al pinar o a la arboleda, según los pueblos, a buscar el mayo, plantarlo en la plaza del pueblo, cubrirse los mozos de hojas y adornar las puertas de las mozas con ramos floridos con rosas y flores, con letras...». Tales ceremonias se inician alrededor del 1 de mayo y alcanzan hasta San Juan, aproximadamente, e incluso, hasta San Pedro, a finales de junio: o sea, estamos ahora al final de ese curioso ciclo festivo. El mayo, según el «tesoro: de Covarrubias, es «un olmo desmochado, con una sola cima, que los mozos zagales suelen, el primer día de mayo, poner en la plaza o en otra parte, y por usarse en aquel día se llamó mayo: a tal árbol, en la comarca oriental de Asturias, le llaman hoguera o «joguera»: una hoguera que nada tiene que ver con el fuego, pues no se enciende ni se quema el árbol, y más bien podemos relacionarlo con el agua, porque coincide con la celebración de la hoguera un vago culto a las corrientes de agua. Se debe precisar que la hoguera y el enrame de las fuentes no son lo mismo, pero se enraman las fuentes y se plan-tan las hogueras por las mismas fechas de finales de la primavera y comienzos del verano. Por tanto, pertenecen ambos al mismo ciclo festivo.

El enrame de las fuentes, dada la actual moda celtista, se considera como pervivencia de viejos ritos relacionados con las corrientes de agua, mientras que la geografía de la maya (en la que las hogueras de la comarca oriental de Asturias constituyen, por uno de su extremos, el límite más occidental) se divide en dos grandes zonas: de un lado, Portugal y Galicia; de otro, por Levante, Burgos y la montaña de Santander. No merece la pena señalar que la influencia del ritual asturiano del mayo debe ser más montañés que galaico y que más allá del Sella se produce un significativo vacío.

Es sugestivo imaginar que el enrame de las fuentes sea pervivencia céltica, como no deja de ser hermosa y emocionante la leyenda sobre los fuegos encendidos en Irlanda la noche de San Juan, cuyos reflejos, a través del mar, se veían desde Galicia. Pero un estudioso concienzudo del celtismo como don Fernando Carrera, autor de trabajos sobre el celtismo cántabro astur y sobre la religión celta, se limita a señalar que tales ceremonias «son reminiscencias del culto a la "Fontana"».

Lo que parece más seguro es pensar que existe una relación entre el 1 de mayo y la fiesta de San Juan. En este período se producía en el Norte una cierta indefinición entre «primavera» y «verano», que encontramos en nuestros clásicos, en Shakespeare, etcétera. Para Shakespeare, concretamente, el «verano» venía entre la primavera y el estío, allá por mayo, y este sentido es el que tiene «midsummer» en «A midsummer night's dream». «Todavía en el antiguo régimen, y aun en los inicios del siglo XIX, la voz verano carecía de su significación meteorológica o estacional actual, en el sentido de estío», escribe el profesor Gómez Tabanera. En consecuencia, estas fiestas relacionadas con árboles y con flores, y con unos santos muy precisos (San Antonio, San Fernando, Santa Rita, San Juan), son fiestas de primavera, pero de una primavera tardía, por así decirlo, que poco tiene que ver con la primavera de los celtas, que comienza en lo que para nosotros es invierno, el 1 de febrero, coincidiendo con el destete de los corderos. Los ritos del agua, si por tales entendemos el enrame de las fuentes, tienen en Asturias como complemento el campo y los árboles florecidos.

El enrame es una ceremonia sencilla, de sencillez pastoril, que se divide en tres fases, en el caso de San Juan: enrame de las fuentes, al oscurecer, seguido de cánticos de enrame, y al amanecer del día siguiente se recoge la flor del agua. Cue, acaso el pueblo que más celosamente ha mantenido esta tradición, enrama las fuentes por San Fernando y San Antonio, y por San Juan cubre sus calles con alfombras florales. Las flores del enrame deben ser de montaña, traídas por los pastores, y también se citan en los cánticos el clavel y la rosa y ramas de nogal y romero. De la condición sagrada del agua da fe este canto, de San Roque del Acebal: «A ti "fuente" te enramamos / a ti sola y nada más / porque el agua que tú manas / sirve para consagrar».

La Nueva España · 16 julio 1999