Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

El profesor Ojeda, en el abismo balompédico

Termina la «era Ojeda» en el Sporting, después de «siete meses agotadores», con un resultado desolador, desazonante no sólo para el histórico y gran club gijonés, sino para el fútbol español en general. En este campo, a lo que se ve, no hay nada que hacer cuando se va con buenas intenciones, o, cuando menos, con intenciones razonables, porque lo que interesa a los menos (que son quienes se empeñan en hablar en nombre de los más) son sus propios intereses, que, como se acaba de ver, poco tienen que ver con el deporte, ni con el presente y el futuro del Sporting, ni con la afición gijonesa, ni con la propia villa de Gijón. Hombre fajador como pocos ha dado Asturias en las últimas décadas, el profesor Ojeda no creo que haya arrojado la toalla; más bien, le arrojaron a él del tren en marcha. Mas está tan acostumbrado a estos defenestramientos que tiene la voluntad a prueba de bomba. La especulación inmobiliaria salvaje de Llanes le expulsó del PSOE hace años; ahora, más o menos los mismos consiguen apearle de la presidencia del Sporting. En uno y otro casos, se imponen los intereses creados. Trevín o Quintana, José Fernández o Juan Arango, ¿qué más da? Ciertas cosas no tienen nombres, pero como lo tienen, ahí están. Su significado habría que buscarlo en un diccionario de sinónimos que todavía no está a la venta en las librerías.

Al profesor Ojeda, lisa y llanamente, le tumbaron intereses económicos. Ahora regresa a lo suyo, que es la economía, aunque tratada con mejores modales. Podría aplicársele el refrán de «zapatero, a tus zapatos», si no fuera porque los balones de fútbol son también de cuero. Bien es cierto que quienes le segaron la yerba bajo los pies y le negaron el pan y la sal, aunque es comprensible que estuvieran enfadadísimos con él, se tomaron el trabajo en vano, porque Ojeda no estaba decidido a eternizarse como presidente del Sporting. Intervino porque era necesario resolver una emergencia. A los dos o tres días de su toma de posesión en el Sporting, comí con él y con Raúl Bocanegra, en Del Arco. Recuerdo que el profesor Ojeda llegó tardísimo; tanto es así, que Raúl Bocanegra y yo, en la barra del bar, dimos un repaso a la colonización inglesa de África, y, ya estábamos a punto de entrar en Africa del Sur, cuando llegó Germán Ojeda con su cartera de cuero, despeinado pero sin despeinarse. Venía de tener una áspera discusión con el entrenador, a quien pretendía destituir y terminó destituyendo, y durante la comida nos comunicó que, fuera cual fuese el resultado de su gestión, estaba decidido a abandonar la presidencia del Sporting al término de la Liga en junio. Creo recordar que esto posteriormente, lo repitió en varias ocasiones, de modo que al menos en este aspecto, los señores Fernández y Arango, y quienes los apoyan, pecaron de impaciencia. Ojeda, como iba con la razón, tripulaba barquilla harto frágil. Con dos o tres arremetidas podían hacerle naufragar, aunque el patrón era duro ) la tripulación estaba compuesta por «hombres buenos».

A finales de la primera vuelta de la Liga de fútbol, el Sporting que acababa de descender a Segunda División después de una temporada bochornosa, marchaba directamente hacia e abismo o hacia la disolución. A todos nos sorprendió que Ojeda y los miembros de su consejo se ofrecieran a apuntalar algo que se derrumbaba. Ahora, incluso se acusa a ese consejo de haber se metido donde nadie le llamaba y de no tener los conocimientos suficientes. Germán Ojeda es economista y jugó al fútbol en su juventud; Tomás Sobrino es notario y fue un excelente futbolista. No conozco la puntual biografía de los otros «hombres buenos» que los acompañaban. Pero en ese consejo había economistas, juristas y, sobre todo, personas que amaban al fútbol y al Sporting de Gijón hasta el extremo de sacrificarse por él a cambio de incomprensión y acoso. Y, en el aspecto deportivo, estos «hombres buenos» detuvieron el derrumbamiento, que parecía inevitable, del equipo. ¿O es que no se trataba de esto y a los poderosos intereses creados que actuaron aquí les traen sin cuidado los resultados deportivos?

Como dice Gómez Fouz: tanto hablar de la corrupción del boxeo, que es pura choricería, cuando lo del fútbol son «palabras mayores»...

La Nueva España · 01 agosto 1999