Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Opiniones contundentes de Gustavo Bueno

Una vez más, Gustavo Bueno ha puesto el dedo sobre la llaga (la cual, por no buscarle remedio, se ha vuelto purulenta y maloliente), porque ésa es la misión del filósofo, y no salir a la calle a vocear el consabido «¡Asesinos!», como hizo Savater en una noche fría, porque tal grito puede darlo cualquier elemento de base. Yo conozco a un socialista de guardia y de complemento, persona bonísima que todavía cree que su partido está luchando por traer el socialismo, y con él la felicidad y la «solidaridad», al bajo mundo de los hombres, que expresó en cierta ocasión su impaciencia porque los terroristas cumplieran de una vez su amenaza de matar, para así poder demostrarle nuevamente a ETA la repulsa de toda la ciudadanía española. ETA, en efecto, cumplió su amenaza asesinando al teniente coronel de intendencia Blanco, porque, en ese aspecto, es la institución más seria que existe en «estepaís».

Una vez más los españoles salieron a la calle con las manos abiertas y canciones «progres» de los años sesenta en los labios, y los partidos políticos evacuaron los consabidos comunicados de repulsa, condena y condolencia, con la excepción de los de siempre. El presentador de televisión Constantino Romero, a quien aquella noche sus compañeros de profesión le concedían un premio (¡esta obsesión de los españoles de la segunda Restauración de concederse unos a otros grotescos remedos de los premios Nobel, Oscar y Emmy!) se permitió decir al recogerlo, por resultar más políticamente correcto: «Señores asesinos, déjennos en paz». Todo eso está muy bien, incluso las declaraciones de ese indeseable del PNV que tuvo la desfachatez de decir que tampoco las policías francesa y española habían respetado la tregua, entorpeciendo siempre que les fue posible que los «muchachos» se rearmasen, porque así las cosas están más claras, si cabe. Pero, ¿esto es suficiente? ¿Se acaba con un cáncer con paños calientes y se acaba con el terrorismo llamando «violentos» a los terroristas? Si a nadie se le ocurre emplear los paños calientes como tratamiento adecuado contra el cáncer, no comprendo cómo todavía se sigue creyendo que una o mil manifestaciones pueden resultar efectivas para acabar con ETA.

Cuando Gustavo Bueno afirma en Gijón, durante la presentación de su libro «España frente a Europa», que «contra ETA sólo cabe la vía penal o meter los tanques», no sólo está expresando algo que piensa la gran mayoría de los españoles, salvo los muy tontos o los muy canallas (aunque no se atreven a decirlo en voz alta, no sea que les echen el «sambenito» de «políticamente incorrectos») sino que está diciendo al Gobierno de la nación: las medidas que se están adoptando contra ETA no sirven para nada; hay que tomar otras. Esas manifestaciones, dramáticas y desencajadas pidiendo la paz y la libertad, como si fueran procesiones de Semana Santa laica, son el colmo del derrotismo. ¿Cómo es posible que los ciudadanos de un Estado tengan que salir a la calle para mendigar «la paz» y «la libertad» a una banda de asesinos? Yo comprendo que la izquierda sienta la nostalgia de las grandes manifestaciones de los años sesenta y setenta, y algunos, volviendo a ellas, sin duda rejuvenecen; pero cantar en ellas «no nos moverán», como en los viejos tiempos, es excesivo. ¿Es que verdaderamente esa gente cree que ETA puede movemos? Tal planteamiento es reconocer que el terrorismo es capaz de poner a una nación entera contra las cuerdas, y es muy grave: ni al encargado de propaganda de ETA pudo ocurrírsele cosa mejor. En cuanto a lo de llamar «violentos», «asesinos» y «banda» a los terroristas, yo calculo que a éstos no les afectará demasiado, y que harán suya la contestación de Enríquez Gómez, el autor de la «Vida de don Gregorio Guadaña», cuando se enteró en Amsterdam de que la Inquisición le había quemado, en efigie, en Sevilla: «Ahí me las den todas».

Otro problema que toca Gustavo Bueno, y gravísimo en este asunto, es el de los derechos humanos. Los pacifistas que salen a pedirle la paz a ETA son intercambiables con quienes, considerando los derechos humanos como algo abstracto, los exhiben continuamente con la pretensión de que el terrorista sea una especie protegida, como el lobo. Amnistía Internacional (defensora de la amnistía para terroristas y guerrilleros pero no para Pinochet) vigila, y en la España del juez Garzón es preferible padecer el terrorismo a no parecer demócrata. Yo no sé si sacar los tanques será solución contra ETA, probablemente no lo sea; pero lo que no lo es, de seguro, es salir a la calle a enseñarles las manos abiertas a los terroristas.

La Nueva España · 4 febrero 2000