Ignacio Gracia Noriega
Jovellanos vuelve a Asturias
Mientras Asturias parece un tanto a la deriva, ya que sus gobernantes elegidos, aunque no ratificados en la elecciones generales, sólo piensan en apoderarse de la Caja de Ahorros (operación en la que se las ve en exceso el plumero; no entiendo cómo en un sistema de libre mercado, la banca ha de estar sometida al control político), una empresa privada, Hidroeléctrica del Cantábrico, entrega a Asturias una obra maestra y, a la vez, una obra muy representativa: el retrato de Jovellanos pintado por Goya entre 1780 y 1783. Al margen de la hueca retórica del funcionario director del museo, que dijo que recuperar esta obra era un «obligación moral» y que don Juan Uría se hubiera vuelto loco de alegría (¿por qué don Juan Uría?, ¿es que a los demás asturianos este cuadro les trae sin cuidado?), tener este cuadro en Asturias es importante, no sólo por ser obra de Goya, sino también por la significación de Jovellanos. Aparece en él Jovellanos como quien vuelve de paseo, próximo a cumplir los cuarenta años, sereno y elegante, con el bastón en la mano derecha (está en el campo), y el sombrero en la izquierda. No deja de ser curioso que haya cruzado la pierna, lo que descompone la armonía de la figura, como si se hubiera cansado de posar. No es el Jovellanos abatido de 1798, sentado ante su escritorio y con la mejilla descansando sobre su mano izquierda, sino un Jovellanos de mirada clara, que mira hacia delante. Todavía es joven y le faltan años para que se inicie el período amargo y errante de su existencia. Aunque sus días felices han pasado y, pero él no lo sabe. Nunca fue tan feliz como en sus años de juventud en Sevilla, como alcalde del crimen en la Audiencia. Sobre la felicidad pasada y la amargura presente hay opiniones diversas y contrarias. Dante creía que se sufre más en la adversidad al recordar los días felices; muy por el contrario, Henry Fielding recomendaba disfrutar de la vida mientras fuera posible para hallar consuelo cuando las doradas horas hubieran pasado. Y Shakespeare nos dice en «Antonio y Cleopatra» que los momentos felices han pasado y entonces se entra en las tinieblas. Jovellanos consigna en su diario el momento en que su felicidad se desvanece. Ocurre ello el 16 de octubre de 1797; acaban de comunicarle su nombramiento como embajador en Rusia. Desolado, hace recuento de lo que pierde, dándose cuenta de que nada gana: «De un lado lo que dejo, de otro el destino a que voy; mi edad, mi pobreza, mi inexperiencia en negocios políticos, mis hábitos de vida dulce y tranquila». Y concluye con una anotación que certifica, por si hiciera falta certificación, que nuestro paisano era un romántico: «La noche cruel». Equipara su estado de ánimo a la noche. Para él ha comenzado la noche, y no habrá amanecer. Acaso el momento más triste de su existencia sea su regreso a Sevilla, donde vivió el esplendor de la juventud, adonde vuelve, viejo, perseguido, con la patria ocupada por ejércitos invasores, de no haber tenido que abandonar por última vez Gijón, su último refugio, a punto de ser tomado nuevamente por los franceses.
El Jovellanos que ahora regresa a Asturias, gracias a la colaboración de la sociedad civil y política con un museo, como dijo don Martín González del Valle, no ha conocido aún penalidades. Su experiencia, por tanto, es incompleta, pero el polígrafo está en lo mejor de su edad y en el mejor momento de su vida. Nunca recuperará esa plenitud, aunque las adversidades le hayan engrandecido.
Representan Jovellanos y Goya lo mejor del siglo XVIII español. Este Jovellanos pintado por Goya es un Jovellanos que mira hacia delante. No será poco que Jovellanos enseñe a mirar a Asturias. Su lección está en sus escritos. Este cuadro servirá para afianzar su presencia. Es el acto de mecenazgo más importante de Hidrocantábrico, ha dicho don Martín González de Valle, la joya de la corona.
La Nueva España · 21 abril 2000