Ignacio Gracia Noriega
Muerte y permanencia de
Sara Suárez Solís
Una vez más cabe decir: no por esperada, menos dolorosa... Ya casi resulta un tópico, aunque como todos los tópicos, algo muy cierto. Sólo caben dos modos de morirse y, por tanto, de recibir la noticia: o inesperadamente o después de una preparación más o menos larga. A Sara Suárez Solís, la muerte no la sorprendió: muy por el contrario, mantuvo contra ella valeroso combate. Al cabo venció la muerte, pero esa victoria no es un triunfo: es lo que sucede siempre. El triunfo, en todo caso, fue de Sara, que supo encararse; aunque a veces se fatigara. «Sara está muy fatigada –decía últimamente, con melancólica tristeza, Tadeusz Malinowski, su fiel escudero en esta última batalla perdida; y como todas las batallas perdidas, no exenta de grandeza–. Ahora descansa. Se fatiga al escribir, pero lee.» Tadeusz, en los últimos tiempos, escribía por ella, por Sara, que le había dado sentido a su vida precisamente escribiendo. Las últimas cartas que recibí de Sara estaban escritas por Tadeusz en plural: escribían al tiempo ella y él.
La muerte de Sara Suárez Solís me llena de pena y de recuerdos. Muere una escritora, pero ante todo muere una amiga. Una persona con la que se podía hablar, especie tan difícil de encontrar hoy. Y digo hablar y no discutir aunque nuestras posiciones, digamos políticas, divergían y yo creo que las divergencias se hacían más acusadas conforme pasaban los años. Para mí, resulta natural, y razonable que el paso de los años le haga a uno conservador: quien no es radical a los 20 años no tiene corazón, pero quien continúa siéndolo a los 40 no tiene cabeza. Sara tenía cabeza, desde luego: lo que le sucedía es que era una romántica que defendía esa gran abstracción en la que se mezclan modernidad y progresismo, feminismo y socialismo, futurismo y colectivismo. Todas estas cosas que a mí no me entusiasman no interfirieron jamás en nuestra buena relación; aunque estoy convencido de que nada hay más retrógrado que el progresismo. En cierta ocasión, Sara me envió un libro que acababa de escribir, de carácter feminista. Dejé a un lado el feminismo y lo leí como lo que también era aquel libro: la obra de una excelente escritora. Sara era una mujer exquisitamente tolerante, y eso es lo que verdaderamente la caracterizaba: las otras cosas eran circunstanciales. Hace doscientos años no había socialistas ni feministas. Dentro de otros doscientos años, o quizá menos, a lo mejor tampoco los hay. Pero siempre, en toda época, será imprescindible que haya personas tolerantes, que sepan hablar y escuchar con quienes no coincidan con ellas en los detalles. Que tengan una actitud ante el mundo y ante la vida y la expresen sin doblez. Que escriban fábulas que puedan servir de ejemplo o consuelo. Sara Suárez Solís fue una gran novelista y escritora, que nos deja media docena de novelas, varios centenares de artículos, y algunos ensayos de carácter profesional (era, además, catedrática de Literatura) y polémico. Los lectores de este periódico han tenido oportunidad suficiente de leer sus artículos, compartir sus ideas o disentir de ellas, gustar su buena prosa y sus formas de escritora de excelente oficio y bien educada, y apreciar su sentido común. Siempre razonó sus afirmaciones y en la defensa de éstas siempre se mantuvo firme. Hoy que tanto se baja la guardia sirve Sara de modelo de espíritu vigilante.
Su primera novela «Camino con retorno», publicada hace veinte años, fue en su día, y lo continúa siendo ahora, una excelente novela. Empezó su carrera de novelista por lo alto. Sus novelas siguientes exploran, ahondándolo, un mundo provinciano y cerrado, un Fontán al borde de la asfixia, que, poco a poco, se fue transformando en Oviedo, con su catedral y sus alrededores. Pero Carmina Quirós no era Ana Ozores. Habían pasado los años suficientes como para que una monja reaccionara por sí misma. Carmina Quirós es una heroína individualista y permanece por sí misma en el mundo tan personal y coherente de Sara Suárez Solís como la propia Sara permanecerá en la literatura y en nuestro recuerdo gracias a sus novelas.
La Nueva España · 30 de junio de 2000