Ignacio Gracia Noriega
Carlos de Gante, en Asturias
Fue por accidente que Carlos de Gante pisara por primera vez tierra española en Asturias. El mal estado del mar aconsejó el desembarco del futuro rey, pero los pilotos quedaron muy avergonzados al encontrarse tan desviados de su puerto de destino. «En verdad, buena causa tenían para estar avergonzados y pesarosos –apunta, encantadoramente, Laurent Vital–, pues, como vizcaínos, habían tenido el honor de llevar a su nuevo rey y señor desde tan lejos a su país, como pensaban, y allí donde los preparativos para la llegada se hacían en Santander». De hecho, para convertir el accidente en casualidad. La escuadra continuó por mar, para arribar al puerto de Santander, sin novedad, a los pocos días. Tan sólo Carlos y los que le acompañaron hubieron de padecer, durante demasiadas jornadas, las penalidades del camino, donde había camino, pues en ocasiones tenían que ser los propios viajeros quienes lo fueran abriendo, como cuando hubieron de desviarse hacia Llovio para entrar en Ribadesella.
Pero desembarcar en Asturias, aunque fuera de manera accidental, era coherente desde un punto de vista histórico, que en este contexto vale por «un punto de vista intelectual». El nuevo rey de España, el que va a imponer el orden nuevo, desembarca, precisamente, en el viejo reino de Asturias: en lo que siempre fue España, en el reducto visigótico contra la invasión y el caos musulmanes, él, que también era un monarca que venía del Norte. Como si Carlos de Gante se propusiera ilustrar la idea sobre el imperio de Gustavo Bueno, entra en España por Asturias, donde ya había surgido, mucho antes, la idea imperial. Y recorre parte de Asturias y parte de la montaña santanderina, las únicas tierras nunca contaminadas por el moro, tierras de cristianos viejos, madres respectivas de León y Castilla.
Ahí está el cogollo de España: a este lado del Ebro y al norte del Duero. Esto es España: lo demás, tierra conquistada al moro, como todavía se dice. «Llamaban Castilla a unas tierras altas.» Y Carlos entra en Castilla por los puertos altos de la montaña santanderina, pero entra en España por Villaviciosa. Villaviciosa es el punto culminante de este viaje. En Villaviciosa toma el rey por primera vez contacto con su reino. Acción casi mágica, como las de los reyes taumaturgos franceses, cuando imponían las manos. Paso a paso (decía Unamuno que para conocer un país hay que «pisarlo») entra Carlos en contacto con España a través de Asturias. Lo demás es folklore. En Llanes les ofrecen a Carlos y a su séquito una corrida de toros y les dan un vino tan fuerte que «más de ochenta de nuestras gentes se pusieron enfermas», según calcula Laurent Vital. Y un historiador bastante desenvuelto, González Cremona, concluye: «Toros y vino... Carlos estaba ya en España».
Carlos está ya en España desde el momento en que «la pisa» en Villaviciosa, después de haberse resistido a venir, después de haber ganduleado un verano entero en Flesinga, aguardando el viento del noroeste. Carlos, como escribe Manuel Fernández Álvarez, «estaba en la edad en que los riesgos no cuentan y lo nuevo maravilla». Pero cuando el 8 de septiembre de 1517, al amanecer, la escuadra leva anclas, Carlos percibe que su juventud se acaba de ir para siempre. Aquel verano de 1517 fue su última temporada de reposo hasta el preámbulo al reposo definitivo de su retiro en Yuste.
Carlos llega a España en un momento central. Al pisar Villaviciosa es como si pisara lo que había de ser todo su Imperio: Orán, Flandes, Italia, Alemania, América... Surgían entonces las grandes naciones, que como se sabe son tres: Inglaterra, Francia y España (aunque esto prefieran ignorarlo los españoles de ahora). «Estas tres naciones difieren en que mientras en Inglaterra reinaba un inglés y en Francia, un francés, en España reinaba un europeo –escribe Madariaga– Carlos V es físicamente coetáneo de Enrique VIII y de Francisco I, pero su ser no vive en el mismo siglo que ellos: no es todavía nacional y ya es europeo. A la vez más arcaico y más nuevo. Carlos V es medieval y moderno frente a los dos monarcas nacionalistas que ya no son lo uno y todavía no son lo otro».
De estas tres naciones, Inglaterra por isla y España por América, se aíslan y en cierta medida se desentienden de Europa. Hoy nos han hecho europeos poniéndonos una zanahoria delante. En el aniversario de Carlos V, el español actual, por parecer más europeo ha renunciado a España, lo que es un modo fatal y grotesco de renunciar a Europa.
La Nueva España · 26 de julio de 2000