Ignacio Gracia Noriega
El recorrido de Carlos de Gante
por Asturias
Carlos de Gante, que todavía no era Carlos I, y aún pasaría algún tiempo antes de que fuera Carlos V, ve tierra española por primera vez el viernes 18 de septiembre de 1517. El marinero que dio la voz de tierra fue recompensado con vino, tal como Carlos había prometido. El desembarco se efectuó en la misma Villaviciosa, probablemente en Puente Huetes, el 19 de septiembre. «Aportó el rey don Carlos en Villaviciosa a diez y nueve del mes de septiembre del año mil quinientos diez y siete –informa el casi contemporáneo Tirso de Avilés–. E vinieron en su flota muchos españoles y flamencos. Había pestilencia en Oviedo, e dexó de se venir por la ciudad, e fue camino de Colunga e Ribadesella e Llanes e camino de Aguilar de Campo, e fue a Tordesellas, donde se vino de que besó las manos a su madre, la reyna doña Juana.» Debido a la lectura dudosa de una anotación del intendente Boisset, uno de los miembros del séquito, que nombra a Tazones, se supuso erróneamente que el desembarco se produjo en el hermoso y pintoresco poblado de pescadores; pero, como escribe Juan Uría, «lo que, desde luego, podemos afirmar sin duda alguna es que, si no fue este pequeño pueblo de pescadores el primer pueblo español en el que don Carlos puso los pies, puede, en cambio, jactarse de haber sido el primero en el que puso los ojos».
Villaviciosa es el punto de partida de Carlos para su imponente aventura, que tendrá por escenario todo el universo. Cuando sale de Flesinga todavía es nadie o poco menos que nadie: un aspirante. En Villaviciosa pisa su reino y, lo que es más importante, comienza a ser reconocido por su pueblo. Nunca se había acercado a Villaviciosa una flota de la apariencia y riqueza como la que le conducía. Los lugareños sospechaban si los forasteros no serían piratas o invasores, y sigilosamente se fueron aproximando a los que desembarcaban, para buscar algún signo que les indicara si llegaban como amigos o como enemigos. No fue preciso que un fornido mozo del lugar trasladara a don Carlos sobre sus espaldas, desde la lancha a tierra, para que no se mojara las calzas. Al fin, los extraños hicieron ondear el pabellón de Castilla, y los de Villaviciosa reconocieron a su rey. Era el primer rey que pisaba suelo asturiano, desde que los antiguos reyes se habían trasladado al otro lado de las montañas, siguiendo el imparable impulso hacia el Sur que sólo podía terminar ante los muros de Granada.
Habían decidido desembarcar en Villaviciosa porque, por ser villa de mayor entidad que Tazones, se suponía que el rey gozaría de mayores comodidades y aprovisionamiento. Pero no fue así, y don Carlos y sus acompañantes hubieron de improvisar la cena, con huevos y carne de cerdo; es decir, pasó la primera noche en su reino como el excursionista que va de campo. Al día siguiente, los señores y gobernantes de la villa fueron a hacerle reverencia y a llevarle doce cestos de pan blanco, seis vacas, cuatro corderos y algunos pellejos de vino, «según el escaso poder de la villa, que no tiene otra cosa que amor y buena voluntad». Don Carlos se alojó en la mejor casa del pueblo, la del canónigo Rodrigo de Hevia.
Don Carlos durmió cuatro noches en Villaviciosa, y el 23 de septiembre se pone en camino hacia Colunga: corto trayecto de tres leguas, que hacen en un día, «y en el camino halló varias compañías y gentes de a pie, armados todos con palos, que venían a las villas y aldeas de los alrededores que están entre las montañas, con intención de ver pasar al rey, su nuevo señor». El 24 llega don Carlos a «un muy agradable puerto de mar llamado Ribadesella», donde «fue el rey alegre y amigablemente recibido, y estaban allí las gentes muy animadas». Una compañía de más de trescientos jóvenes ejecutó en su honor una danza guerrera. De Ribadesella a Llanes hay un trayecto de cinco leguas largas. Hubo paradas en Nueva, para comer en la torre de San Jurde, y en San Antolín de Bedón, donde don Carlos otorgó al abad, don Pedro de Posada, la facultad de fundar un vínculo. De Llanes los viajeros van a Colombres, donde se obsequia al rey con una danza en corro, ejecutada por mujeres. Y después de cruzar el Cares-Deva, reposa trece días en San Vicente de la Barquera, como quien toma fuerzas para pasar a las tierras altas de Castilla por Aguilar de Campoo.
La Nueva España · 27 de julio de 2000