Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

El verdugo asturiano

En la crónica de la ejecución por hacha del levantisco y turbulento mariscal Pardo de Cela, se especifica que el verdugo era asturiano e iba ataviado «con caperuza hasta el bigote y delantal de cuero», según Cunqueiro. El gran escritor-mago de Mondoñedo nunca se olvida de consignar la nación asturiana del ejecutor, aunque no precisa si sería de las Asturias de Oviedo o de las de Santillana, ya que los de las Asturias de Oviedo tenían más fama de matachines que de verdugos, según certifica el romance de la jura de Santa Gadea: «Mátente por las aradas -le dice en octosílabo Mio Cid al Rey-, no en camino ni en poblado, / con cuchillos cachicuernos, / no con puñales dorados». De lo que se deduce que el asturiano mataba con poco escrúpulo, y sin ese mínimo de decoro que debe exigírsele al ejecutor de la justicia en plaza pública.

Al mariscal lo ejecutaron en la plaza de Mondoñedo -que por aquel entonces era empinada, y se supone, por lo que luego se dirá, que el cadalso estaba alzado en la zona más alta- un lluvioso 7 de diciembre de 1483. Este Pedro Pardo de Cela era un levantisco medieval, de la estirpe del bandolero asturiano Gonzalo Peláez de Coalla, que por extrañas razones llegó a despertar las simpatías de los nacionaliegos actuales. Sólo que Pardo de Cela vivió cuando la Edad Media finaba y él finó con ella. A raíz de la rebelión de los «irmandiños», el mariscal le aconsejaba a su suegro, el conde de Lemos, que «inchiese os carballos de vasallos». Excelente consejo por parte de quien, en estos tiempos de nacionalismos desatinados, figura poco menos que como el padre de las libertades gallegas. Mas para la mentalidad de los nacionaliegos abertzales bastaba con que se hubiera enfrentado a Castilla, aunque, en lo que se refiere al trato que quería dar a sus vasallos, hubiera de moderarle el de Lemos, que le recordó que, si los colgaba a todos, habrían de trabajar para él los robles. Más adelante Pardo de Cela se convirtió en el principal obstáculo para lo que el cronista Zurita habría de llamar «la doma de Galicia». Y como el centralismo de la reina Isabel no se andaba con contemplaciones, el mariscal y su hijo Pedro fueron a parar a la plaza de Mondoñedo bajo el hacha de un verdugo asturiano. Como ya he dicho que la plaza estaba en declive, la cabeza del mariscal, cortada mientras rezaba el credo, rodó plaza abajo gritando: «¡Credo! ¡Credo! ¡Credo!», en tanto que su hija Constanza, que venía con el indulto, era entretenida por los canónigos en el puente que a partir de entonces se llamó de Pasatempo o de «pasar el tiempo», pues no les apetecía a los señores canónigos que el mariscal saliera con vida de aquel lance.

Supongo que por ser de exportación el verdugo asturiano que dio el tajo a Pardo de Cela sería verdugo de renombre. Era aquella época dura, y calculo que los verdugos no andarían ociosos. Muchos siglos antes, en tiempo de la monarquía asturiana, las crónicas consignan represalias que exigían la intervención del verdugo: «No sólo la rebelión de Nepociano, la más aparatosa, sino otras conspiraciones palaciegas, como las de Adroito (que fue cegado) y la de Piniolo, al que la versión "ad Sebastianum" designa como conde de palacio, que era cargo cortesano y político de regia confianza», notifica J. E. Casariego. «Por tal traición, Piniolo fue muerto y también sus siete hijos: "Cum septem filiis suis interruptus est". Ramiro no se andaba con escrúpulos ni contemplaciones: arrancaba la planta con raíz, tronco, hojas, frutos y semillas». Y califica Casariego a estas violencias de «vara (cruel) de la justicia». Por su parte, Alfonso II impuso la ceguera y reclusión perpetua a Sancho Díaz, padre de Bernardo del Carpio. En cuanto a los magos y hechiceros, el enérgico Ramiro los quemaba como si fueran herejes.

El verdugo que decapitó a Pardo de Cela acabaría rigiéndose, de persistir en el oficio, por las ordenanzas dadas por el corregidor Hernando de Vega en 1494, en las que se especifica más la forma de elegir los cargos que los cargos mismos. Oviedo tenía plaza de verdugo y un «calabozo de la horca»; las sentencias, fueran de horca, picota o azotes, se ejecutaban en el lugar llamado el Cadafalso, situado en la plaza del Ayuntamiento. Otras audiencias tenían privilegio para ejecutar, como la de Tineo, donde el último ejecutado (por garrote vil) fue Gancedo, a quien Valentín Andrés Álvarez recuerda en sus memorias haber visto pasar por Grado, camino del cadalso. Según Cunqueiro, los mejores verdugos son ingleses; mas a falta de inglés, vale asturiano.

La Nueva España · 19 septiembre 2000