Ignacio Gracia Noriega
Laso, escritor
Hace algún tiempo, en 1998, amigos e instituciones asturianas le ofrecieron un homenaje a José María Laso Prieto. Pero los homenajes son «fugitivos» y su recuerdo se desvanece al día siguiente; se buscó, por tanto, en este homenaje, lo que «permanece y dura», y en consecuencia y con muy buen criterio, de este homenaje surgieron dos libros, uno de Laso y otro sobre Laso: «Desde mi atalaya», que recopila una selección de artículos de Laso publicados en LA NUEVA ESPAÑA, y «homenaje a José María Laso», donde un buen número de amigos escribe sobre él. El tono de todos los artículos es elogioso. Se le califica de humanista de la acción, de hombre bueno de la vida laica, de justo, de viajero, de conciliador, de puro, de amigo, de tribuno de la plebe... Pero a nadie se le ocurre abordar a Laso como escritor. Vamos a intentar llenar este capítulo sobre Laso, un tanto inédito.
Es evidente que Laso es conocido como escritor. De lo contrario, no se oiría decir, de vez en cuando: «¿Has leído el último artículo de Laso?». Artículo con el que se puede estar de acuerdo o discrepar: ésa no es la cuestión, sino que lo que escribe Laso interesa. Acudiendo a los periódicos para exponer sus opiniones, recupera una gran tradición de la filosofía española, la de escribir en los periódicos, como hacían Unamuno y Ortega, y que la filosofía académica de ahora ha abandonado. Laso es, pues, un escritor de periódico, o periodista, como Sócrates era un filósofo de plaza pública y sobremesa: porque los periódicos son el ágora moderna. El «filósofo académico» escribe para los especialistas y habla desde la cátedra; el «pensador», cuando escribe, habla y escribe para todo el mundo. Tal es el caso de Laso, dirigiéndose a «la ciudad y alrededores» desde el periódico.
Laso escribe sobre Gramsci, dirán muchos. Eso es tan obvio que no merece ser ni reseñado, pero no agota, ni mucho menos, su muy variada figura como escritor. Hemos de señalar, antes de seguir adelante, que Laso es un escritor que lee. No todos los escritores lo hacen. Muchos sólo leen a sus contemporáneos, otros jamás leen a sus contemporáneos, otros sólo leen lo que se escribe sobre ellos, es decir, muy poco y alguna vez no leen nada. Decía Cela que hay que leer en la juventud, pero que seguir haciéndolo en la madurez es una tontería. Laso, desde luego, no está de acuerdo con tal barbaridad; yo tampoco.
Porque Laso ha leído mucho, precisamente, su obra es tan diversa y aborda los asuntos más dispares. Ofrezcamos una muestra de ellos: «Perspectiva marxista de Goethe», «El marxismo y la teoría de las generaciones de Ortega y Gasset», «La revolución vietnamita», «El legado filosófico árabe», «Ideas e instituciones republicanas en España»... No seguiremos para no hacer interminable la lista. Desde las peripecias de un viaje en el «Transiberiano» hasta el fin de la Historia, desde la biotecnología hasta la personalidad histórica de Negrín, desde el exilio republicano hasta la novela negra, desde la historia militar hasta la guerra revolucionaria, desde Darwin a Jack London, todo atrae la atención de Laso, porque nada que sea humano y obra humana le es ajeno. Y aborda todas las cuestiones a las que se acerca, porque le interesan, pretendiendo abarcarlas en su totalidad y con la mayor información posible. El estudio de Laso es tan concienzudo que sobrepasa al escritor sencillamente bien informado para convertirse en erudito: el mayor erudito que hay en Asturias, como le proclama su amigo Juan Benito Argüelles. Pero no se crea que la erudición de Laso es excluyente.
Precisamente porque a Laso nada de lo humano le es ajeno, lo mismo le interesan las ciencias que el pensamiento abstracto, la teoría y la práctica, la severa especulación marxista y la amena literatura. Porque Laso es un lector con excelente gusto literario, lector lo mismo de textos muy áridos que de grandes novelas como «Moby Dick» y «La letra escarlata», el espléndido libro de Nathanael Hawthorne. No olvidemos, en cualquier caso, que Marx tenía buen gusto literario, lo mismo que Trotski, capaz de defender a Gogol por su magnífica obra, aunque rechazara sus ideas. Por desgracia, Lenin no tenía este concepto de considerar la literatura como lo que realmente es: literatura. Error en el que no incurre Laso. Estoy seguro de que, para él, «La letra escarlata» es una novela emocionante antes que un posible tratado sobre la intolerancia.
Vamos enumerando, poco a poco, a Laso como escritor: el ideólogo, que lo es mucho; el periodista ideológico; el estudioso de aspectos muy puntuales del marxismo. Pero también el narrador de viajes: a Italia, a China, a Cuba, a Vietnam, a Turquía, a Ceilán, a donde haga falta. En estos breves relatos viajeros (no más largos que un artículo de periódico, o, lo más, una serie de artículos de periódico) aparece el anuncio de Laso memorialista. El hombre que se propone referir sus experiencias viajeras o personales e ideológicas, a medio camino entre Stuart Mill (la autobiografía intelectual) y Silvino Pellico (los recuerdos de la cárcel). Laso ha ido al filón de su vida no para hacer literatura, sino para contar su verdad: la verdad de su vida, que es literatura porque Laso la escribe. Las memorias de Laso son algo más que un «ideal del yo», como apunta Gustavo Bueno en el prólogo al libro: «sobre todo cuando los intereses estrictamente literarios de éste alcancen un peso significativo, es decir, cuando las memorias empíricas del discurso de la vida empiezan a ser ante todo materia para la creación literaria». Sólo por este motivo podemos considerar a Laso como un escritor: que mira hacia atrás para seguir mirando hacia adelante.
La Nueva España · 29 de diciembre de 2000