Ignacio Gracia Noriega
Testigo de Byron y de Shelley
Edward J. Trelawny (1792-1881) es un personaje singular y, al tiempo, muy inglés. Como tantos hijos de Inglaterra, fue aventurero y trotamundos, y dado a la piratería. Y parecido a James Boswell, que aunque escocés merecía ser inglés honorario, tuvo sus propias idolatrías literarias. No una, como el biógrafo del doctor Johnson, sino dos, Byron y Shelley. La principal diferencia entre Boswell y él radica en que Johnson y Boswell eran dos buenos y pacíficos burgueses, en tanto que Byron y Shelley eran dos insensatos observados tenazmente por un aventurero. Boswell escribió uno de los libros capitales de las letras inglesas, «Vida del doctor Johnson». No comprendo por qué las «Memorias de los últimos días de Byron y Shelley», de Trelawny no goza de prestigio parejo. Acaso se deba a que Johnson era un individuo ingenioso y sentencioso, mientras que Byron y Shelley, pese a su indiscutible atractivo romántico, se comportaban como un par de mentecatos, lo que no era inconveniente para que fueran, además, grandes poetas. Byron acabó hartando a todo el mundo y a sí mismo. Shelley, aunque de talento superior, tampoco deja de mostrarse alocado. Trelawny prefiere la forma de ser y la poesía de Shelley a la de Byron: algo en lo que coinciden todos cuantos trataron a ambos poetas. Y en el aspecto literario, la fama de Byron como poeta era paralela a la de sus extravagancias como personaje. Todos los grandes poetas románticos, desde Adam Mickiewicz a Espronceda, en algún momento de sus vidas pretendieron ser Byron: salvo los románticos ingleses. Byron gozaba de popularidad entre personas que no leían poesía y eso contribuye a crear famas muy extendidas. Menéndez Pelayo reconoce que Byron había dejado «en pos de sí tal rumor de gloria y de escándalo, tal fama de calavera, de dandy, de héroe, de carbonario, de pecador público, de personaje satánico, endemoniado y sublime, que es hoy empeño nada fácil reducir a sus justas y humanas proporciones a este grandísimo poeta». En cambio, el juicio sobre Shelley sólo tiene en cuenta al poeta, quien, aunque «audacísimo por las ideas, es un artista puro y sereno de forma, que a los mismos griegos pusiera envidia».
Trelawny había ingresado en la Marina en su juventud y participó en acciones militares en Java yen la isla Mauricio; también le gustaba recordar que había ejercido la piratería. A su regreso a Inglaterra viaja por Europa; en Pisa, Thomas Medwin le presenta a Shelley, y a través de éste conoce a Byron. Los dos poetas le fascinan, aunque sus relaciones fueron mejores con Shelley que con Byron. Con Byron participó en la expedición de apoyo a los independentistas griegos en su lucha contra los turcos, y a diferencia del poeta, que una vez en Grecia poca cosa hizo, Trelawny combatió al lado del guerrillero Odyseus, y se casó con su hermana. Muerto Byron, vuelve a Inglaterra, donde dedicó el resto de su larga vida a casarse y divorciarse, a pertenecer a la sociedad reformista de los Radicales Filosóficos y a escribir las «Memorias de los últimos días de Byron y Shelley» (1858), cuya versión definitiva, revisada y ampliada, aparece en 1878, con el propio Trelawny incluyéndose al lado de los dos protagonistas: «Records of Shelley, Byron and the Author». Anteriormente, en 1831, había publicado su fantástica autobiografía, «Adventures of a Younger Son». Entre otras aventuras, Trelawny refiere que desertó de su barco en Bombay para ser pirata. Como escribe J. E. Morpurgo, prologuista de estas memorias, «Byron se había inspirado en el personaje de Trelawny mucho antes de conocerlo». Aunque cabe dentro de lo posible que las piraterías de Trelawny fueran soñadas o más bien literarias. No obstante, la afición a la piratería la llevaba dentro, pues llega a insinuar que la muerte de Shelley se debió, más que a imprudencia del poeta y de su acompañante Williams, a la acometida de una misteriosa nave pirata.
La Nueva España · 25 febrero 2001